-¿Dónde está la princesa elfa de la que yo me enamoré? –preguntó el general, buscando con insistencia en la fría mirada de la aún más gélida mujer la respuesta a sus preguntas -¿Dónde está aquella chiquilla dulce y alegre que tantas sonrisas regalaba allá por donde su grácil figura y su suave perfume pasaran?
-Aquella chiquilla quedó enterrada bajo las sábanas de una tienda de campaña a las afueras del lejano pueblo llamado Delhzain , en el que aún creí conservar un ápice de dignidad, mi buen general –contestó Katherine, con la misma redundancia que había utilizado aquél hombre al que creía haber amado y ser amada a cambio –Mi error temo que haya sido venir a dialogar contigo. Acepta mis disculpas.
Comenzó pues a retirarse la mujer de cabellos negros y rizados, y Virgile se planteó por unos instantes haber estado hablando con una impostora. Aquella mirada no pertenecía a la joven que bajo su atenta vigilancia se había vuelto mujer. Los ojos tiernos pero dolidos que le habían hecho amarla se habían vuelto gélidos y profundos, abisales y poderosos, manipuladores y extremadamente fieros. Las pecas no adornaban con infantil gracia la carita redonda de una elfa, si no que enmarcaban una sesgada e imponente sonrisa, semejando cicatrices de una guerra jamás librada o contada. El rostro de una veterana y curtida guerrera que podría haber pertenecido fácilmente a sus tropas. No una delicada princesa de una aún más fina raza. Y la cabellera dorada, brillante como la luz del sol, se había escondido a la par que el astro bajo un manto oscuro, negro, insondable y ondulante. Pero aún así…
-Katherine... –musitó Virgile, alargando la mano para intentar destruir a aquella falsa entidad que se había interpuesto entre él y su amiga. Pero descubrió que era tan sólida como su propia mano. Cosa que le costó un súbito paseo aéreo, pues la mujer lo lanzó por los aires con facilidad, ya que no llevaba la armadura puesta, estrellándose contra el húmedo suelo nocturno. El general soltó un sonoro bufido, embargado por la impresión y el dolor. Se intentó incorporar, pero la mujer había plantado su pie sobre su torso, y no pudo hacer otra cosa que luchar en vano por su libertad.
-Ya no eres superior a mí, lord Eidghestone. Y ahora, retiraos de mi hogar, vuestra presencia aquí es non-grata.
-¡Princesa!-rugió Virgile, humillado, furioso -¡Dejad de jugar a los soldaditos! ¡Sois una princesa, no una guerrero!
La afirmación del soldado le costó cara, y este lo notó al percibir un aumento de la presión que ejercía el pié de la elfa sobre su pecho. Vio el peligroso relucir de los ojos verdes en los que siempre había deseado reflejarse. Pero su reflejo mostraba un futuro no muy halagüeño, y tuvo a bien apartarse de la trayectoria del filo de la espada que seguramente habría atravesado su cuello de no ser por su rápido movimiento. Jadeó, preocupado e iracundo, volviendo a forcejear con Katherine, fallando de nuevo.
-¿Estás loca?
-Vete –ordenó ella, apartando su espada. El hombre se incorporó pesadamente, notando con sorpresa cómo dejaba atrás una buena mata de cabellos. Ella se arrodilló a su lado, dejando que la pálida luna mostrara la hermosa figura que se ocultaba bajo la aún más bella armadura, logrando que al derrotado general le dieran ganas de alargar la mano, rozar a aquella mujer de nuevo. Pero Katherine se levantó con los cabellos en mano, y le sonrió torcidamente. Una sonrisa de pícara guerrera, no de tímida princesa. Carraspeó entonces Virgile, conmocionado por el resultado de aquél viaje nocturno. La elfa negó con la cabeza, entre burlona e iracunda.
No tenían nada más que añadir. Eso era todo para el resto de sus días. Un final.
Virgile no volvió a mirar atrás y deshizo sus pasos.
Y a los pocos segundos, un muchacho pelirrojo y un hombre ya entrado en años se situaron al lado de la muchacha.
-¿Y bien? –preguntó Zell, crujiéndose los dedos de las manos y arqueando la espalda, intentando recuperar la sensibilidad de los músculos ante el persistente frío.
-Un oteador –informó Katherine, dándole la mata de pelo a su compañero, con una diablesca sonrisa, mientras fingía limpiar el filo de Stennka –Que ha abandonado su puesto de trabajo por circunstancias inusuales.