jueves, noviembre 18

Lealtades

Se incorporó, con una mueca que pretendía ser sonrisa, cuando vio entrar a su juguete favorito por la puerta de la habitación. Dejó con sumo cuidado el libro sobre la mesa, consiguiendo con tan delicado gesto que el contenedor de sabiduría que era el antiguo libro no emitiera sonido alguno. Apagó la luz del escritorio y finalmente posó con parsimonia sus ambarinos ojos sobre los verdes de Katherine. Arqueó una ceja y se apoyó ligeramente en el hermoso escritorio de madera de ébano, esperando a que los carnosos labios de ella dejaran escapar el sonido de su voz, para informarle del éxito de su misión.

Pero la elfa titubeó, se mordió el labio inferior con un gesto nervioso, acompañando tan trémulo instinto con la ruptura del contacto visual. Cosa que en principio no sorprendió a Azhian, que se limitó a sonreír maliciosamente, suponiendo que, para no variar, la mujer se sentía cohibida bajo su escrutinio diario. No acababa de entender el porqué, puesto que una vez superada la fase de la desnudez, no debería sentir vergüenza alguna. Respeto, sí. Obediencia también. Pero no vergüenza.
Aunque eso no significaba que no lo divertía. Lo hacía, y además en más de un sentido.

En vista de que ella no respondía, lanzó la pregunta al aire.

-¿Y bien? ¿Qué tal ha ido hoy?- espetó sin más, ansioso de ver la pícara sonrisa perfilar los oscuros labios de su alumna -¿Cual es el estado de nuestro querido rey Thyrone, pequeña?

Azhian no pudo retener la exclamación de sorpresa al ver cómo Katherine levantaba la cabeza, asustada, sus ojos anegados en lágrimas que ella persistía en retener.

-No he podido hacerlo- musitó ella, intentando contener los sollozos. Llevaba tanto tiempo sin llorar que le ardía el pecho, le escocían los ojos y le costaba respirar -Juro que lo he intentado, ¡pero no puedo hacerlo! ¡Nunca podré hacerle semejante atrocidad a la única persona a la que quiero más que a nada en el mundo! ¡Es mi padre, maldita sea! -se llevó las manos al pecho, agarrándose a este, peleando por soportar la furiosa mirada de su amado mentor y a la vez lidiando con el ardor de sus pulmones, que a su vez libraban una ardua batalla con el oxigeno de la sala, que parecía haberse desvanecido por completo ante la airada inspiración del semielfo.

Este, a su vez,apretó los puños, para evitar el temblor que los sacudía, e incluso se llevó su mañosa mano izquierda hacia los labios, para reprimir el espasmo, mordiendo por unos instantes los nudillos. Su otra mano palpó ciegamente a su espalda, buscando algo que agarrar para reprimir la furia. El frío del metal logró que la mano se cerrara sobre la empuñadura de un portentoso abrecartas. Azhian ni siquiera la miró. Debía ser consecuente con sus propias leyes y acabar con el origen del mal de raíz.

Katherine abrió los ojos, aterrorizada. Ver a Azhian juguetear con aquél abrecartas tomaba demasiadas formas en su asustada mente. Sabía lo que le iba a ocurrir.

-No, por favor...-rogó la mujer, secando las lágrimas con el dorso de la mano, buscando el pomo de la puerta a tientas, puesto que no quería darle la espalda. No podía permitirse el lujo de perderlo de vista. El abrecartas se balanceaba peligrosamente en los finos dedos de Azhian.

-Estoy muy, muy decepcionado, pequeña- susurró el semielfo, apartándose el flequillo de los ojos, divisando a la perfección su objetivo. Alzó el arma.

Ella ni tan solo gritó.
Solo exhaló un profundo y dolorido gemido, llevándose de nuevo las manos al ahora ensangrentado pecho, intentando desesperadamente cubrirse el enorme y sangrante corte, que abarcaba desde su clavícula derecha hasta rozar ligeramente la superficie del seno izquierdo. Tubo que morderse el labio -hasta el punto de magullarse y hacerse sangre- para resistir las ganas de gritar. Amargamente, Katherine se permitió el lujo de pensar que el haberse apartado había sido una mala idea al fin y al cabo. Quiso creer que se había detenido en su agresión porque en realidad la amaba, o eso le había escuchado pronunciar una vez.

La gélida mirada que Azhian le dedicó la sacó del engaño que ella misma se había entestado en creer. No había amor ni nada parecido brillando en los dolorosamente hermosos ojos del semielfo.

-Desaparece de mi vista. Ya pensaré cual será tu castigo. De momento, quedas relevada de tu trabajo, y esperarás nuevas ordenes -se agachó y limpió la sangre del abrecartas rozando el acero de este sobre las mejillas bañadas en saladas lagrimas de la mujer -Gray, sé que estáis detrás de la puerta, como buenos perros falderos de esta zorra artera y tramposa. Lleváosla inmediatamente de mi vista.

-Azhian...Escúchame por favor... Puedo- comenzó Katherine, sabiendo que su intento sería inútil. Agachó la cabeza, retorciéndose interiormente de dolor.

A la seca orden del amo y señor de aquél lugar, Myron y su primo mayor, Matthew, entraron en la habitación. Un grito horrorizado murió al instante en la garganta del pequeño Myron, que ayudó a su jefa a levantarse del suelo. Katherine se levantó, reinstaurando el porte orgulloso, solo curvándose ante el punzante dolor de la herida. Matthew hizo amago de imitar a su primo e intentó pasar un brazo por la cadera de la mujer. Pero una rápida mirada de advertencia de su primo menor bastó para que se conformara con cerrar las puertas de la habitación tras de sí.

Dedicándole una envenenada mirada a su señor. Este lo ignoró.
-Pobre diablo- pensó Azhian, sentándose de nuevo en su butaca y retomando el libro en el punto que lo había dejado.

miércoles, octubre 6

Insondable

Profundizó en aquél oscuro lugar, no sabiendo exactamente qué respuestas quería obtener. La premura de sus pasos se confundía con las ensordecedoras palpitaciones de la sangre en su sien. Paró entonces en su carrera y se llevó las manos al ceño, rozando dolorosamente con las yemas de sus finos dedos la dolorida cabeza.
Pero tenía que saber la verdad.
Le gustaban sus títeres, pero solo cuando estos bailaban a su son. Cuando era desobedecido, su serenidad se iba al traste, y ¡ay del que hubiera perpetrado semejante herejía!. No se lo podía creer, y menos de aquella niña - a comparación con él, que ya casi había alcanzado los más que respetables 120 años- a la que tanto había intentado modelar a su conveniencia y placer. Se pasó su habilidosa mano izquierda por el larguísimo cabello blanquecino y rizoso, apartando los vigorosos bucles de sus ojos. Aunque, teniendo en cuenta la mala iluminación del pasillo, aquél gesto se le antojó banal. Pero no pensaba achacarlo a que aquellos torpes gestos se debían a su nerviosismo. A su ira. A su confusión. A su tristeza.
Ya le habían advertido, cuando era más joven, que los juguetes acaban por cansarse, y optan por romperse. Sin embargo, no estaba dispuesto a aceptar semejante despropósito.
Y menos de su querida mascota.

La alegre risilla de mujer llegó cual canto de pájaro a los oídos del medio elfo, que se había apostado al fin al lado de la puerta. Su mano se deslizó hacia la construcción de madera, y la rendija de luz le confirmó que el grácil sonido provenía de allí. Mas optó por no entrar. Eso era rebajarse al nivel de un vulgar sicario, y estaba más interesado en la verdad que en las burdas disculpas. Aunque, no sabía porqué, por primera vez, no le habrían molestado los tartamudeos de ella. Hacía mucho que no los oía, así que se podría decir que los echaba de menos. Pero tuvo que recordarse que había sido él mismo quien los había apartado de su lado.
Así que sus pensamientos se cortaron, siendo substituidos por una imperiosa ira. La voz de un hombre salía de la misma habitación.
Asomó ligeramente, asumiendo, de forma dolorosamente acertada, que estaban demasiado ocupados como para darse cuenta de que estaba allí.
Los cabellos negros de Katherine se hallaban empapados de sudor, y estos se dejaban entrelazar entre los curiosos dedos del joven vasallo de Zell, que buscaba las gafas a tientas, puesto que se hallaba absorto contemplando - con una sonrisa que Azhian calificó de estúpida e inapropiada- el cuerpo de la mujer que tenía justo encima suyo. Ella reía, ya que se había percatado de la hambrienta mirada del muchacho humano. Se dio pues la vuelta la elfa, consiguiendo así que Matthew diera un respingo al notar el cambio de posición, ampliando con descaro su mueca alegre al notar el roce de los senos de ella sobre su cuerpo.
-Están aquí, bobo- dijo ella, acercándole las gafas, mientras que con la otra mano reseguía, curiosa, los finos labios masculinos del muchacho.
-Muchas gracias- respondió Matthew, lanzándose a por la oreja picuda de Katherine, mordiéndola juguetonamente, a lo que ella respondió con más risas.
-De nada-aunque al ver que él no se las ponía, arqueó una ceja, interrogante.
-¿Qué tal si...?-sugirió el pelirrojo, con la más traviesa de las muecas, rozando con su nariz la de ella.
-¿Otra vez?- protestó animosamente Katherine, enroscando sus brazos en el cuello del pelirrojo.
Azhian ya había tenido bastante. Era cierto, había perdido a su juguete.
Y esa afrenta no iba a quedar sin castigo.

La última carcajada femenina seguida del animoso jadeo masculino acabaron de sellar la sentencia en la enfurecida mente del líder.
Aunque fuera a las malas, el títere debería volver con su titiritero. Le gustara a ella o no.

martes, septiembre 14

Ny era un hada. Ny era una hada pequeña. Ny era una hada pequeña y ridícula.
Siempre posada en el siniestro hombro de Jaggerclaw, la azulada Ny danzaba al compás del viento por las noches mientras su hueste fingía dormitar y no verla. Pero el oscuro hombre sí la observaba, de reojo, a veces incluso reclinando su sombrero para verla mejor

continuara

martes, agosto 31

Nada más que hacer

-¿Dónde está la princesa elfa de la que yo me enamoré? –preguntó el general, buscando con insistencia en la fría mirada de la aún más gélida mujer la respuesta a sus preguntas -¿Dónde está aquella chiquilla dulce y alegre que tantas sonrisas regalaba allá por donde su grácil figura y su suave perfume pasaran?
-Aquella chiquilla quedó enterrada bajo las sábanas de una tienda de campaña a las afueras del lejano pueblo llamado Delhzain , en el que aún creí conservar un ápice de dignidad, mi buen general –contestó Katherine, con la misma redundancia que había utilizado aquél hombre al que creía haber amado y ser amada a cambio –Mi error temo que haya sido venir a dialogar contigo. Acepta mis disculpas.
Comenzó pues a retirarse la mujer de cabellos negros y rizados, y Virgile se planteó por unos instantes haber estado hablando con una impostora. Aquella mirada no pertenecía a la joven que bajo su atenta vigilancia se había vuelto mujer. Los ojos tiernos pero dolidos que le habían hecho amarla se habían vuelto gélidos y profundos, abisales y poderosos, manipuladores y extremadamente fieros. Las pecas no adornaban con infantil gracia la carita redonda de una elfa, si no que enmarcaban una sesgada e imponente sonrisa, semejando cicatrices de una guerra jamás librada o contada. El rostro de una veterana y curtida guerrera que podría haber pertenecido fácilmente a sus tropas. No una delicada princesa de una aún más fina raza. Y la cabellera dorada, brillante como la luz del sol, se había escondido a la par que el astro bajo un manto oscuro, negro, insondable y ondulante. Pero aún así…
-Katherine... –musitó Virgile, alargando la mano para intentar destruir a aquella falsa entidad que se había interpuesto entre él y su amiga. Pero descubrió que era tan sólida como su propia mano. Cosa que le costó un súbito paseo aéreo, pues la mujer lo lanzó por los aires con facilidad, ya que no llevaba la armadura puesta, estrellándose contra el húmedo suelo nocturno. El general soltó un sonoro bufido, embargado por la impresión y el dolor. Se intentó incorporar, pero la mujer había plantado su pie sobre su torso, y no pudo hacer otra cosa que luchar en vano por su libertad.
-Ya no eres superior a mí, lord Eidghestone. Y ahora, retiraos de mi hogar, vuestra presencia aquí es non-grata.
-¡Princesa!-rugió Virgile, humillado, furioso -¡Dejad de jugar a los soldaditos! ¡Sois una princesa, no una guerrero!
La afirmación del soldado le costó cara, y este lo notó al percibir un aumento de la presión que ejercía el pié de la elfa sobre su pecho. Vio el peligroso relucir de los ojos verdes en los que siempre había deseado reflejarse. Pero su reflejo mostraba un futuro no muy halagüeño, y tuvo a bien apartarse de la trayectoria del filo de la espada que seguramente habría atravesado su cuello de no ser por su rápido movimiento. Jadeó, preocupado e iracundo, volviendo a forcejear con Katherine, fallando de nuevo.
-¿Estás loca?
-Vete –ordenó ella, apartando su espada. El hombre se incorporó pesadamente, notando con sorpresa cómo dejaba atrás una buena mata de cabellos. Ella se arrodilló a su lado, dejando que la pálida luna mostrara la hermosa figura que se ocultaba bajo la aún más bella armadura, logrando que al derrotado general le dieran ganas de alargar la mano, rozar a aquella mujer de nuevo. Pero Katherine se levantó con los cabellos en mano, y le sonrió torcidamente. Una sonrisa de pícara guerrera, no de tímida princesa. Carraspeó entonces Virgile, conmocionado por el resultado de aquél viaje nocturno. La elfa negó con la cabeza, entre burlona e iracunda.
No tenían nada más que añadir. Eso era todo para el resto de sus días. Un final.
Virgile no volvió a mirar atrás y deshizo sus pasos.
Y a los pocos segundos, un muchacho pelirrojo y un hombre ya entrado en años se situaron al lado de la muchacha.
-¿Y bien? –preguntó Zell, crujiéndose los dedos de las manos y arqueando la espalda, intentando recuperar la sensibilidad de los músculos ante el persistente frío.
-Un oteador –informó Katherine, dándole la mata de pelo a su compañero, con una diablesca sonrisa, mientras fingía limpiar el filo de Stennka –Que ha abandonado su puesto de trabajo por circunstancias inusuales.

viernes, mayo 14

El té de Jaggerclaw

Se sentó en el húmedo césped de aquél extraño páramo helado. Césped en medio de aquél glaciar. ¡Absurdo! Como si su mera presencia en aquél paraje no fuera suficientemente extravagante. Habiéndose alejado demasiado del poblado, Aidik cerró más su chaqueta de pieles. Los dioses se estaban cebando a lo lindo aquella noche, así que, actuando de una forma inusualmente previsora, se había abrigado con sus mejores ropas de caza. Aunque cazar a seres del tamaño de un perro no tenía gran mérito. Taut, la bestia parda que habitaba en el Páramo de Eita, se había escondido muy bien aquél 5 de noviembre. Así que debía conformarse con los pequeños Ignios.
El hombre sintió un escalofrío. Pasos.
- ¿Quién anda ahí? –demandó a su propia mente, sabiendo que era absurdo proclamar aquellas palabras en alto, pues, o asustarían a su misterioso acompañante o propiciarían un más que posible ataque. Aidik se encogió sobre sí mismo y alargó la mano en busca de su arpón. Su lado se hallaba vacío.
Estaba aterrorizado. Aidik buscó frenéticamente su preciada arma, no encontrándola por ninguna parte. Una risa maníaca acompañó a la aparición de una retorcida y saltarina sombra. Esta se inclinó con una flexibilidad que el más portentoso de los bambúes envidiaría. Aidik retrocedió aún más.
- ¡Jaggerclaw! –exclamó, conmocionado, entre el frío y el terror. La sonrisa retorcida de Jaggerclaw se extendió al sentir las notas rebosantes de temor reseguir y subrayar para poner en mayúscula el horrible y asustado ánimo del hombre de la tribu Ourba que se había adentrado en las tierras de Eita sin más protección que un puñado de malolientes pieles y un miserable arpón como arma. Los ojos rojos del hombre al que llamaban espantapájaros nocturno –una especie de hombre del saco- se iluminaron bajo el influjo de aquella inusualmente brillante noche.
- Buenas noches, mi querido amigo –proclamó Jaggerclaw alegremente, como quien no quiere la cosa. Tomó asiento al lado del acongojado hombre, sacó una taza de su manga y se echó un poco de hierba que arrancó en aquél instante del suelo en el interior. Fingió con asombrosa paciencia mezclar lo obtenido con una invisible cuchara y ladeó la cabeza con una macabra mueca sonriente, que perfilaba cada uno de los dientes con reluciente perfección.
- ¿Qué trae a un joven de tu… -meditó unos instantes, inseguro de la palabra que se hallaba buscando para definir a Aidik con acierto. Finalmente cuando la encontró, la acompañó de una disonante risita -…envergadura por las tierras del gran Taut?
Jaggerclaw se hallaba hablando solo. Aidik había huido en cuanto había cerrado los ojos, en medio de su inquisición mental acerca de la palabra adecuada para definir al hombre. Jaggerclaw encontró una nueva y mucho más apropiada.
- ¡Gilipollas…!
- ¿Nada tampoco esta vez, Iirion? –inquirió la vocecilla de un diminuto ser que se colocó en el hombro de Jaggerclaw. El aludido sacudió la cabeza, se encogió de hombros y estalló en carcajadas.
- No te preocupes, Ny –logró articular, entre risita y respiración –Encontraremos tarde o temprano un juguetito divertido con el que jugar los dos. La próxima vez escojo yo.
- No es justo –le reprochó Ny, pataleando sobre el hombro de Jaggerclaw hasta que este lo agarró con ambas manos, sosteniéndole en alto.
- Siéntate y tómate tu té.
- Sí, señorito.

viernes, marzo 19

Extra Tale: Sueños rotos

La estocada iba directa al pecho del hombre. De eso estaba más que segura. El hombre había gritado, y hasta que no abrió los ojos, no quiso saborear su victoria. Una victoria que no llegó.
La mujer que se alzaba frente a ella, su voluptuoso cuerpo ensartado por la hermosa espada que blandía, sonrió turbiamente. Ni tan solo le dio tiempo a llorar. Alargó los brazos débilmente, y cayó de rodillas al suelo, con la mirada perdida en la nada.
-Mamá…- musitó la mujer. De sus hermosos ojos brotaba la sangre que abandonaba su ser. La torcida sonrisa desapareció, y la mujer se desplomó sin más. La muchacha vio horrorizada la escena. Sus dos enemigos corrieron en pos de la mujer caída, No podía decir quién era el más compungido de los dos. Uno se arrodilló y sacó cuidadosamente el arma del cuerpo de la mujer. Esta le sonrió débilmente. Parecía que el chico le quiso decir algo, pero tartamudeaba fuertemente, temblando y abrazando a la mujer con todas sus fuerzas.
-Ha sido…mi elección-murmuró la mujer, besando débilmente la mejilla del chico. El hombre le agarraba la cabeza, murmurándole una y otra vez que le prohibía terminantemente morirse de una manera tan cutre. La muchacha se miró las manos, horrorizada. ¿Qué diablos había hecho?
La mujer seguía sonriente, sus lágrimas carmesíes manchando la ropa del muchacho y las manos del hombre. Un tercer individuo se acercó, tambaleante. Apartó a la muchacha de un furioso empujón, al cual ella no se resistió. Prácticamente arrancó a la mujer de los brazos de los otros dos, y la cargó a su espalda, sin importarle los chorretones de sangre que surgían del pecho y ojos de ella. Gruñendo a todos los presentes, el joven abandonó la sala, con los ojos empapados de lágrimas, dirigiendo una última mirada de odio a todos.
-Si muere…-se despidió amargamente el joven-Os mataré a todos. ¿ME HABEIS OIDO?
-¡TÚ!-gritó el hombre, agarrando a la muchacha del cuello, asfixiándola-¿SABES QUÉ ACABAS DE LOGRAR? ¡TE ACABAS DE CONDENAR A MUERTE!
La muchacha intentó tragar saliva. Creía que su crimen solo le dolería a ella, más que a ninguno de los presentes. Pero la expresión rota y desquiciada de aquél hombre al que tanto temía la sacó de su error. Detrás de él el resto de soldados dejaron de sonreír como ella los recordaba. Y en el medio de todo ese dolor de amigos y enemigos, ella, que estaba llamada a ser una heroína, estaba a punto de ser juzgada como monstruo.
-Ella era el único motivo por el que se respetó tu vida hasta el final. ¿Te crees que eres útil o importante para mí, para nosotros?-señaló a sus hombres, lanzándola a ella tan lejos como su furia y dolor le permitieron-Tu no eres nada para nosotros… Salvo para esa mujer a la que acabas de asesinar. ¡Solo su deseo de mantenerte con vida te ha permitido llegar hasta aquí! ¡Tú, que no sabes nada de lo que es estar solo en el mundo! ¡Tú, que has vivido entre algodones y no has conocido jamás la miseria de la soledad y el miedo! ¿Sabes… la magnitud de tu crimen?
-No… No es cierto…-se agarró el cuello tan suavemente como pudo. Le ardía y estaba por arrancarse la piel a tiras. La imagen ante sus ojos era increíble e inolvidable. Probablemente, pensó la muchacha, amargamente, ese hombre nunca había llorado por nadie, porque su cara se congestionó hasta límites insospechados, y aquél rostro ya de por sí bello, alcanzó un grado de atractivo desmesurado, con los torrentes de lágrimas enmarcando su tez y su triste mueca.
-Yo sé lo que es la soledad. Una mocosa como tú jamás podrá entender el dolor de seres como nosotros.
-¿Tenéis sentimientos?-se burló amargamente la muchacha, que también lloraba.
-Ahora ya no-repuso el otro muchacho, apartando a su compañero suavemente. Su fluidez de movimientos estaba claramente mermada por el shock, pero se las apañó para llegar hasta ella. Más sus piernas se negaron a obedecerle más y se dejó caer. La muchacha lo agarró.
-Yo no te guardaré rencor-masculló el muchacho. Ella sonrió débilmente, pero antes de que pudiera responderle, el hombre apartó al muchacho y alzó sus armas en contra de su enemiga. Esta rezó a los dioses una ayuda, una señal. Lo que fuera. Tubo que apañárselas con esquivar los furiosos ataques del hombre, que cegado por sus abrumantes sentimientos, atacaba sin ton ni son, para la sorpresa de sus compañeros.
-¡Céntrate!-gritó uno de ellos.
-¡Vuelve en ti! ¡Déjalo correr! ¡Se…Se acabó!-intervino el muchacho, agarrándole de la espalda, logrando que la muchacha se alejara lo más posible.
-¿Cómo te atreves…A PEDIRME ESO?-el hombre se sacudió de encima al muchacho- ¡Es culpa suya! ¡Está muerta por…!
-NO TE ATREVAS A CAVAR SU TUMBA AÚN-le contestó el muchacho- Y en todo caso, si muriera, ¡sería por tu culpa!
-¿Mi culpa?-se indignó el otro. El muchacho le agarró del cuello de la camisa y le golpeó de forma repetida con los puños.
-Tu entera y absoluta culpa-repuso-Lo ha hecho por salvarte.
-Imposible. ¡No es tan estúpida!
-A mi desagrado, sí que lo es.
-No le importo, nunca le he importado.
-Maldito…-el muchacho le asestó tal puñetazo que incluso él se hizo astillas los nudillos-Tú, maldito hipócrita asqueroso, has sido lo único por lo que ha querido respirar. Ni por mi, ni por ella, ni por nadie. ¡Solo por un cerdo egoísta como tú!
La muchacha, mientras, había logrado recostarse contra una columna y había recobrado la verticalidad. La sangre que caía silenciosa por su frente le nublaba la vista ligeramente, pero ahora no podía fallar el blanco. Más sus piernas se negaron a obedecer.
Entonces hizo de nuevo aparición el joven. Su cara tenía una mezcla extraña. Reía y lloraba a su vez, y no le sentaba nada bien la expresión, que afeaba su rostro, antes hermoso y frío. Sus manos temblaban a su lado, y los dos hombres dejaron de discutir y de prestarle atención a la fugitiva.
- Parece que se recupera-musitó, entre risas-Mi pequeña está bien, se ríe, ya no sangra, tiene los ojos cerrados para descansar mejor, dentro de un rato se levantará y nos regañará a todos por hablar tan alto…-antes de que terminara de hablar, parecía que los ensombrecidos rostros se volvían a iluminar, y algunos coreaban con risas y abrazos la noticia. Más la muchacha sospechó de tal afirmación. El brillo de la locura traslucía en los ojos del joven.
-Es todo mentira, ¿verdad?-se arriesgó a aventurar la muchacha. Su interpelado cayó al suelo y rompió a llorar finalmente.
-Ha muerto.-afirmó, sin un resquicio de emoción el hombre, que se puso al nivel de su amigo, mientras con un gesto indicaba a sus soldados que se lo llevaran. Estos le obedecieron, mientras el joven seguía llorando y riendo.
-Se acabó, mocosa-gruñó el muchacho.
-¡Di-dijiste que sin rencor!-se reveló ella, bloqueando con la espada asesina el ataque del muchacho.
-Mentí. Mentí. ¡MENTÍ!
Las grandes puertas se cerraron con los últimos soldados. Aquella noche, iba a correr mucha sangre.

viernes, marzo 12

1. ¡Quiero mi niñez! (3)

Evan le devolvió la sonrisa, era obvio que pensaba igual que la princesa. Virgile no volvió a levantar la cabeza hasta que un golpe seco le obligó a ello. Una camarera depositó las tres garras y se fue, dejando al pobre Evan con una mano en el aire. La espuma rebosaba por los bordes, empapando ligeramente la mesa. Evan levantó una y probó su contenido. La espuma que quedó en su labio superior se curvó hacía arriba. La cerveza estaba buena. Dando por sentado que el juicio de su hermano para las bebidas alcohólicas era decente, Virgile se acercó la suya si levantarla. Antes de llevársela a los labios, la princesa jugueteó con la espuma que rebosaba por los bordes.
-¿Qué te pasa?-una sonrisa afloraba en su cara y sus ojos brillaban por el calor de la bebida.
Katherine tardó varios segundos en contestar. Finalmente echó mano de la jarra para evitar la respuesta. Engullendo con la cerveza, sus pensamientos lúgubres. Si no volvía a salir...Un mal más. Y no era hora para eso.
-Pensaba en lo bien que te sienta el corte de pelo-se burló, dando otro trago. Esta vez más largo. Virgile observó atónito como la diminuta nuez de su amiga rebotaba en su cavidad. Convencido de que tanto alcohol no podía ser bueno, y menos para ella. No es que la considerara inferior, es que sabía perfectamente que su capacidad de tolerancia era igual a la de una piedra.
-Kath...-empezó, inseguro- Deberías dejarlo ya...
Esta hizo una muesca en la mesa al depositar la jarra con fuerza.
-¿Quién te has creído que eres?-barboteó. Era evidente que el sonrojo que confundía sus mejillas era una mala señal. Inmediatamente, se desplomó sobre la mesa.
Virgile dio un respingo, y se abalanzó sobre ella. Increíblemente, dormía como un tronco. Ni siquiera el golpe contra la dura madera había podido despertarla.
-Y eso solo con media jarra...-Evan silbó, aparentemente contento.
Era evidente que seguía el camino de Katherine. Virgile suspiró. ¿Cómo se suponía que volvería a casa? ¿Y cómo entraría a la princesa en palacio si iba desmayada? Notó como se le revolvía el estomago. Aquello no podía acabar bien, ¿pero acaso podía empeorar?
En aquel momento el flujo de gente que se encontraba en el bar comenzó a aumentar. Pronto los echarían, seguro. Con uno medio borracho y la otra dormida, era cuestión de tiempo que el tabernero les cobrará. Mientras cavilaba en todo lo presente, unas voces llegaron hasta él. A pesar del ruido.
-¿Cómo que no hay mesas disponibles?-chilló un elfo. Era de constitución mediana, pero a pesar de eso su voz resonó.
El tabernero no perdió los nervios.
-Lo siento, señor. Pero en este momento no hay mesas disponibles...
-¿Alojas a infectos humanos en tu local, tabernero? ¡Nos vamos!
El ceño mareado de Evan se frunció.
-¿Acaso os creéis más importantes que nosotros, vestigios genéticos?
El aire se enturbió en un instante. Como setas, aparecieron una docena de elfos. Virgile parpadeó, asombrado. Esto no puede estar pasando, se repitió con la voz ahogada.
En aquel momento Evan cayó de su silla, provocando un sonoro estruendo. Katherine se revolvió, entre gimoteos pero no se inmutó. El joven que aún quedaba de pie y sobrio observó como los elfos se iban acercando, sin prisas. Y entendió el por qué. Era evidente que no podrían huir, los acorralarían para matarlos. A todos...Inconscientemente miró de reojo donde la princesa permanecía acurrucada entre sus brazos. No podía permitirlo. Miró en derredor hacía todos lados, intentando descubrir algo con que plantarles cara. Era una locura, pero agarró un cuchillo de mesa. Su acto se vio ridicularizado cuando, a su vez, sus enemigos desenvainaron sus espadas. Morirían como ratas, pero no todos. Abrió la mano, dejando que el cuchillo cayese al suelo.
-Es la princesa Katherine, la hija del rey Thyrone. Si la tocáis, moriréis.
Un silencio se prolongó entre ellos.

No podía creerlo, había funcionado. Los elfos parecieron dudar ante su afirmación. Finalmente, uno de ellos sonrió.
-Lo que pasa fuera de palacio, se queda fuera de palacio-murmuró.
Virgile palideció. Era evidente que habían perdido la cabeza, aunque eso ahora poco importaba. La perderían tarde o temprano, aunque irremediablemente, ellos perecerían antes. Contempló como los elfos formaban un corro a su alrededor, dejando que uno de ellos se adelantara. Comprendió entonces que el sería el primero en morir, pues no había diversión en acabar con personas inconcientes. Aunque tampoco se molestaron en darle una espada para defenderse, no les importaba el honor. Pero a él sí. Agarró una silla y la estampó violentamente contra su rival, dejándolo momentáneamente tendido en el suelo, aturdido. Pero no habría honor que defender si moría. Agarró la espada y la clavó en el brazo de su oponente.
-Marchaos-bramó. Su ataque les había hecho entender a sus rivales que no era un borracho a quien se le podía arrebatar la vida tan fácilmente. Era un contrincante, y digno. El herido gimió de dolor cuando este retorció la espada, que aún seguía incrustada en su brazo.
Y entonces, la muchacha elfa lo olió. El embriagador aroma de la sangre, el dolor y el sufrimiento que se vivía en el campo de batalla, en las lizas cuerpo a cuerpo. En un mundo libre. Se removió lentamente de su incómoda posición, y su velada mirada se clavó en la escena. Y sabía que no la olvidaría nunca. El líquido carmesí que caía desde la piel del elfo parecía llamarla. Llamarla para tomar la espada, blandir la hermosa arma. Y destruir. Matar. Asesinar. Vencer.
Todo eso le cruzó la mente en escasos cinco segundos, los justos para recuperar el sentido y recapacitar.
-¿Qué rayos ha pasado?


Fin capitulo 1

martes, marzo 9

1. ¡Quiero mi niñez! (2)

Cuando Evan había dicho que el bar estaba en el centro del bullicio, no habría podido usar mejor palabra. Era viernes. Normalmente había gentío, pues Rhea era la capital más importante de Tala, pero los viernes pertenecían a otro mundo. Viajeros, mercantes, pilluelos y mercenarios se reunían los viernes en Rhea para tratar sus asuntos. La gente huele el dinero, y habría que estar pero que muy congestionado como para no darse cuenta de que era un día de oro. Independientemente de como ganaras el dinero. Apenas pudieron mantenerse en grupo unos minutos, y al final acabaron dispersados. Para asombro de Katherine, Evan había tenido la increíble idea de dar instrucciones antes de adentrarse en aquel mar de piel. Al principio lo había tomado a broma, incluso un poco exagerado. Pero en aquellos momentos, cuando la tarea de respirar se le hacía un verdadero problema a causa del gentío y del aire viciado, reconoció el merito del joven ante su iniciativa. Cuando pensaba que no aguantaría ni un minuto más de pie, Evan detuvo el paso y señaló un cartel que se tambaleaba con el viento. Katherine no alcanzó a ver las letras, pero eso poco le importaba. Necesitaba desesperadamente aire, y espacio. Mucho espacio. Sintió un tremendo alivio cuando este le soltó la mano, una vez se hubieron introducido en el local. La princesa parpadeo un par de veces, pues sus ojos habían estado demasiado en contacto con las especies del mercado, entre ellas el opio. Y empezaba a sentirse mareada. Como todo un caballero, Evan llamó la atención al posadero, que los llevó rápidamente a unas mesas del fondo. Evan indicó que necesitarían más sillas, e inmediatamente el fornido tabernero desapareció entre sus clientes. Katherine dejó escapar un sonoro aullido de placer cuando su espalda tocó madera, sintiéndose los riñones a punto de reventar.
-Para ser un niñato hormonado eres todo un caballero con las mujeres, Evan-bromeó la princesa, una vez hubo recuperado el humor. Este le devolvió la sonrisa, abriendo la boca para coger aire y contradecir aquellas acusaciones tan feas, sin embargo un chillido provinente del pecho de su acompañante lo frenó.
-¡DIOS MIO! ¿Donde esta Virgile?-gritó, mirándose atónita la mano donde se suponía debería estar la de su amigo.
Evan rompió a reír.
-Tranquila-canturreó entre risas-Seguramente estará en compañía de alguna señorita…
Katherine le propinó una patada en al espinilla, provocando que este aullara de dolor. Una mueca de satisfacción le tiñó el rostro.
-Seguramente-aseveró la mujer-Y seguro que en estos momentos…
Antes de que este pudiera recuperar el habla, la puerta volvió a abrirse, dejando entrar a través de ella el ruido del exterior. Una vez cerrada, la figura de Virgile se perfiló contra esta a la luz de las bombillas.

La agitada respiración del joven rápidamente quedó eclipsada por el ambiente festivo que se cernió sobre él cuando cerró la puerta, dejando así, que los sonidos exteriores fueran reemplazados por los del interior de la taberna.
Katherine observó con aire divertido como este parpadeó un par de veces, intentando vislumbrar algo al cambio tan brusco de luz. La noche había empezado a caer en el exterior, pero había generadores de luz para que tal evento no sumiera a la ciudad en un agujero. Sin embargo, la luz de local era mucho más suave. Más intima, a pesar de que se notaba en el ambiente que era un lugar de reunión entre amigos. Un sitio tranquilo para pasar la tarde, así pensó Katherine mientras contemplaba como Virgile había dado con ellos y se disponía a pasar.
Aunque eso no sería una tarea fácil, pues habían demasiadas camareras y huéspedes de pie. Mientras Virgile pasaba entre la gente a trompicones, su hermano Evan disfrutaba del bullicio. La princesa frunció el ceño cuando observó que este dejaba reposar el brazo cerca de la mesa. Ese hecho no la habría echo sospechar nada, sino fuera porque las pobres camareras necesitaban arrimarse a las mesas para pasar a través de los clientes. Justo en ese momento, oyó una disculpa con voz conocida detrás de ella, seguramente dirigida a una camarera.
Las pecas se le arremolinaron a los lados por culpa de una sonrisa.
-Evan, usa esa mano para algo más que torturar a las camareras-bromeó Katherine- Y pide tres jarras de cerveza.
El interpelado la miró con aire distraído, pero al alzar la cabeza pudo contemplar a su hermano, y sonrió eufórico.
-¡Pero hombre!-sonrió pícaramente, y usando la mano libre le lanzó un besito- ¡si ya pensaba que te habrías fugado con esa rubita que te tiene el ojo echado!
Virgile abrió la boca de par en par, sin molestarse en disimular el sonrojo que se había apoderado hasta de las pestañas. Por no decir que un escalofrío mortal le había atravesado la columna al recibir tal muestra de amor por parte de su hermano. Si se había planteado hacerle explotar de vergüenza, había ganado con creces. Sintió como las fuerzas le fallaban, y se derrumbó justo al lado de la princesa, quien le palmeó la espalda fraternalmente.
-Eres un monstruo-le regañó, pero la sonrisa que le tenia prendado el rostro la delataba. Estaba disfrutando con aquello, o al menos en la mayor parte. Virgile era su amigo, aunque tenia que reconocer que hacerle enfadar no tenía precio.

1. ¡Quiero mi niñez!

La princesa elfa se sentó y se cruzó de brazos.
-¡Quiero salir!-ordenó, vehementemente. Pero su hermano negó con la cabeza.
-No puede ser, y lo sabes. Tu madre no lo admitiría jamás. Y te dejaría otro precioso moratón en las piernas-sonrió con malicia al ver enrojecer las puntiagudas orejas de su hermana menor. No sabía porqué, pero la odiaba. Con toda su alma. Y se sentía satisfecho, aunque solo fuera en esos instantes, de no ser el príncipe heredero. Porque, si no, él también estaría encerrado. No era justo, y el príncipe Zéphir lo sabía. Aún así, ignoró a su hermana menor y desapareció por donde había entrado.
-¡Muy bien! No me ayudes, so borde-murmuró Katherine, con los labios fruncidos por la rabia. Miró una vez más el tentador patio trasero, que la invitaba a la libertad, y luego contempló el suntuoso cuarto en el que la mantenían encerrada día sí y día también. Tenía que salir de ahí. Fuera como fuera. Sus ojos claros se desviaron hacía la ventana, de donde procedían las alegres voces. No podía haber peor tortura, y si la había, no sabía imaginársela. De repente, las lagrimas que no había derramado en meses por las constantes palizas de su madre, afloraron en sus mejillas. No eran lágrimas por pena, eran lágrimas de rabia e impotencia. Impotencia al verse reducida a nada, encarcelada por los caprichos de una odiosa mujer. En ese instante, decidió que había llegado la hora de ser libre. Y aquél era el momento.

Hacía más de tres meses que el joven Virgile Eideghstone no veía a su mejor amiga. La última vez, recordó, amargamente, fue cuando esta estaba recibiendo una soberana bronca por parte de su madre, la reina Emmelin, con la consecuente aplicación de una buena azotaina para corregir la insolencia de la chica. Aunque azotaina no era la palabra correcta para definir aquellos actos de crueldad gratuita para con su única hija y heredera. Aquello era una auténtica paliza, y alguna vez la joven princesa no había podido atender a sus quehaceres reales por culpa del insistente dolor. Era en esos momentos cuando el joven humano se daba cuenta de lo mucho que adoraba a aquella chiquilla elfa. Cavilaba todo esto cuando un grito y unas risas lo interrumpieron.
-¡Virgile!-gritó su hermano gemelo, Evan, mientras este recibía un abrazo de un muchacho vestido con ropajes ajados-¡Ven, aprisa!
El muchacho ni siquiera se molestó en volverse hacía su hermano. Un sobrecogimiento le oprimía el pecho, pues sus pensamientos aún revoloteaban alrededor de su amiga, y unas pocas lágrimas le nublaban la vista. Se dispuso a salir corriendo cuando otra figura apareció en su campo de visión. Era otro muchacho, prácticamente de la altura de Evan. Pero había algo en él que le resultó familiar, y al fijarse con más ahínco, descubrió una mata de pelo dorado que refulgía bajo el sol. En aquel momento la opresión de su pecho desapareció. Secándose las lagrimas con el dorso de la mano, corrió hacía sus amigos. Y en especial, hacia el que le sonreía con una mueca picara en los labios.
-Lo conseguí, soy un genio- canturreó la elfa, levantando el gorro de su criado y amigo, Wolf, para que su amigo le pudiera ver bien la cara. Y si no fuera por la voz, el joven humano no la habría conocido. En tres meses, la princesa había llegado a la fatídica fase de la vida élfica en la que sus cuerpos cambiaban. Si tiempo atrás parecía que la princesa tuviera solo diez añitos, los noventa días aislamiento le habían bastado para cambiar radicalmente a una apariencia mucho más adulta, rondando los dieciocho años de Virgile y Evan.
-Oh, un monstruo con pecas-se burló amistosamente Virgile-Quién iba a decir que el cambio haya sido tan...-calló un minuto, puesto a reordenar sus pensamientos y soltar algún comentario ingenioso, como le gustaba a ella. Esta lo miró, interrogante.
-Tan...-prosiguió él, intentando por todos los medios que no se diese cuenta de su déficit de vocabulario. Demasiado tarde.
La princesa, harta de meses de esclavitud dio media vuelta, preparada para disfrutar de una tarde soleada con sus amigos. La mandíbula inferior del muchacho se desencajó de su sitio al ver como la elfa daba media vuelta. Todo lo contrario que sus amigos, que observaron entre carcajadas la escena. Entre el tumulto de risas, una voz resonó más que las demás.
-¡PRECIOSA!-gritó el joven Virgile. A los pocos segundos, deseó que la tierra se lo tragase. Enrojecido como un tomate, intentó buscar refugio en su hermano, pero este estaba prácticamente en el suelo, retorciéndose por una risa que parecía mortal. Pero escasos momentos después, las risotadas de los demás muchachos se hicieron una. La princesa sin embargo, se lo tomó con mucha mas calma. Giró sobre sus talones y avanzó hacía el sonrojado Virgile, que hacía imposibles por encontrar un agujero lo suficientemente grande como para meterse y quedarse a vivir de por vida. Sin pensarlo dos veces, Katherine se inclinó sobre la mejilla de su buen amado amigo y depositó en ella un dulce beso. Las carcajadas se interrumpieron, envolviendo el momento de un halo mágico. Suspendiendo aquellos pocos segundos como algo sagrado. Virgile notó con desesperación como los suaves labios de la princesa, finalmente, desaparecían de de su mejilla. El momento mágico había acabado. Ella, con aquel aire tan despreocupado que la caracterizaba cuando estaba de buen humor, se giró de nuevo y actuó como tal cosa.
-Y bien, ¿es que pensáis quedaros ahí parados todo el día?-murmuró la joven princesa haciendo un mohín con los labios.
Nadie habló, aún quedaba en el aire vestigios del olor a vainilla que había dejado esta al pasar ante ellos. Realmente era hechizante. Aunque siempre hay una excepción, y Evan no dudó en romper el hielo a cabezazos.
-Teníamos pensado bajar al pueblo. Hay una posada estupenda, un tanto retirada, pero en el centro del bullicio-una pícara mueca en el rostro del joven, hizo mal pensar a la princesa- Teníamos pensado ir solo los hombres, ya sabes. Tíos duros. Pero por ti, haríamos una excepción.
En aquel momento, Katherine se imaginó degollando a Evan, de la forma más cruel posible. Era evidente que la madurez intentaba hacer mella en el, pero no lo había conseguido aún. Y por el bien de su cuello, esperaba que lo hiciese pronto. Sin embargo, el hecho de que fuese libre durante unas horas y la simpatía que sentía por el joven, hicieron que desechara aquellos pensamientos de inmediato.
-Está bien, tío duro-continuó, con aire distraído. Agarrándose de su brazo- Guíame.
Al ponerse en marcha, Katherine estiró un brazo hacía Virgile, que se había quedado rezagado. Este sonrió, y a Katherine le pareció que a penas se le veían los ojos. Devolviéndole la sonrisa, notó con agrado como él entrelazaba cariñosamente sus dedos entorno a los de ella. Un día le pondría remedio al problema.

viernes, marzo 5

William.Vouyerism

-¡La puta madre del cordero!-la ronca voz de William se alzó por encima de la conversación que mantenía con sus dos compañeros de fatigas. Un sonoro silbido que había salido de los finos labios del elfo alertó a los cinco presentes de que William había visto algo que le gustaba. Y mucho, a juzgar por el ánimo con el que se expresaba.
-¿Qué ocurre William?-murmuró Zéphir, sin dignarse a mirar a lo que fuera que aquél extraño elfo se hallara observando.
-Tio, ¿has visto el trasero de la rubia delgaducha?-dijo el aludido, señalando a Aretha. Zéphir se sintió enrojecer hasta la punta de las orejas, y a Matthew se le escapó una leve sonrisa.
-Hay poca carne-añadió Matthew, burlándose de la avergonzada expresión del medio elfo.
-Tienes razón, Matt. Me gusta más ese otro de ahí...¡Eh, nena! ¿¡Qué tal si pegas esa preciosidad a mi cuerpo y nos vamos a dar una vueltecita al ...!?
-Cierra el pico, ¡desgraciado!-rugió el principe, irado. Agarró a su amigo de la camiseta de tirantes y lo miró fríamente-Vuelve a mirar a mi hermana así y te arranco la piel a tiras. ¿Ha quedado claro?
William sonrió, apartando la mano de Zéphir de sí. Echó una última mirada a ambas mujeres, que se alejaban entre discusiones por el pasillo que las conduciría a unos aposentos más hospitalarios...Si Aretha era capaz de franquear el muro que ahora se le había impuesto.
-Yo dejaré las manos donde puedas verlas. No puedo asegurar que donde las veas sea en el culo de tu hermanita, Zéphir. No serán las primeras que lo hacen.
-¡Serás hijo de...!
-¡Zéph!-advirtió Matthew, señalando la puerta que se había abierto, perdiéndose la figura de cabellos negros en la negrura del laboratorio-No hay nada que puedas hacer. Deja que se equivoque.
El medio elfo resopló, disgustado. No quería enfadarse con William. Era su amigo al fin y al cabo. Y ella solo la niña que le había arruinado la vida.
-Esta bien. Vámonos.
William se quedó mirando una vez más la puerta, especulando, con asombroso acierto, lo que aquellas probetas y productos químicos podían estar presenciando. Sonrió.
-Tendré que instalar cámaras en ese laboratorio...

domingo, febrero 14

Matthew.Far away

-¡Deja de mirarme!-rugió, escondiendo su rostro entre los brazos. Matthew le acercó el paraguas, con una suave sonrisa.
-¿Cómo dejar de hacerlo, si estás chorreando agua por todas partes?-rió, alegre-Por cierto, bonitos encajes.
Katherine se levantó del frío banco, acercándose amenazadora al pelirrojo.
-¡Eh, cálmate!
-¡Vuelve a mirarme y te juro que te arranco los ojos con una cucharilla de café!
-No quiero acabar como Zell, gracias-a pesar del inminente peligro, Matthew seguía tentando su suerte-Y mucho menos quiero perderme esta bonita visión. ¡Alguien tan mayor y usando ropa interior de conejitos!
-¡No son conejitos!-lo alcanzó al fin, resoplando.
-¿Ah, no?-preguntó, interesado-¿Y qué son?
-Vete a la mierda, moscón.
Matthew la agarró del brazo. La sonrisa completamente borrada.
-Qué te ha hecho...-no era ni tan solo una pregunta. Apretó la presa, al notar que ella no contestaba-Princesa...
-¡Nada! ¿Qué quieres que me haya?
-¡Estas llorando!-instigó Matthew, zarandeándola. Katherine se las apañó para librarse del agarre, poniéndose en una postra erguida, se apartó los mechones húmedos que le tapaban los ojos, chocando su oscuro mirar con el verdor más claro del muchacho. Sonrió quedamente. Incluso con dejes de burlonería marcados suavemente sobre la derrotada mueca.
-¿Te importa?-lo apartó a un lado, mientras hacía severos esfuerzos para no perder los zapatos en el barro. Caer en ese momento sería, como poco, patético-Yo me lo he buscado, Matt. Que no se te olvide.
-Pero a mi...me importa. Mas de lo que debería-comenzando a seguirla.
-¿Te ha explotado tu propia dinamita en la cara?-sin parar la carrera, esbozó una media sonrisa-¡Cómo me gusta que los hombres me sigan!
-Siempre lo haré, si es necesario-sentenció él, solemne. Logrando que Katherine parara.
-Eres un cutre y un cursi repelente-lo regañó, ensanchando el alegre gesto.
-Posiblemente. Pero a tí te gusta que sea así-se burló Matthew.
Los ojos de Katherine se abrieron en desmedida.
-No te metas en una guerra que no puedes ganar. Ni apuestes algo que no estas dispuesto a perder.
-¿Algo más que la...?-la burlonería se acrecentó, pero el fino dedo de la que una vez fue princesa rozó su divertido gesto, sellándolo, acallando la diatriba a la par que el sonrojo en el rostro de Matthew aumentaba preocupantemente.
-Temo que ahora no logro distinguir tu cara de tu pelo-se rió, risueña. El jove sonrió, tomó el rostro de ella entre sus manos y se acercó a esta tanto como pudo, contagiándole el sonrojo.
-Al menos ahora distinguirás mis dientes.

La estampa lo molestaba. De nuevo, esa niñata gozaba del aprecio y cariño de aquello que antes lo había preferido a él. Siempre estaba en medio de su camino. ¿Cuánto iba a tardar en caer ese peón?
Zéphir se impacientaba

Katherine.Sweet Dreams

Sweet Dreams, they came too fast...And in the end they go too far... They fall and fall and then they swallow you...Sweet Dreams they may finally kill you...

-Papá-la sonrisa de la elfa era genuina. Se abrazó al cuello del rey, y este le devolvió el gesto. El monarca le acarició el cabello torpemente, lleno de alegría.
-Me llena de satisfacción verte tan feliz, mi pequeña-observó a los pequeños que correteaban persiguiendo la pequeña Alice al mayor, Caín. Los cabellos de color platino de ambos chiquillos brillaban bajo las hermosas luces de la sala.
-¡Mamá! Alice no para de seguirme-decía entre risas Caín, mientras su hermana menor lo perseguía con un antiquísimo vestido de su madre en las manos.
-¡Seguro que estarás guapísimo con él puesto, Caín!- reía Alice, con los ojos verdes brillando con picardía.
Mientras decían esto, los niños se dirigieron a la salida de la sala, perdiéndose entre los corredores, la princesa bajó del regazo de su padre y avanzó hasta la figura que se mantenía algo alejada de la escena. Tomó su mano y redirigió sus pasos de nuevo ante Thyrone. Bajó la cabeza, ruborizada, mientras su acompañante le devolvía el apretón de la mano y deslizaba esta hacia su cintura, agarrándola con suavidad.
-Presiento que algo me tenéis que decir-rió el rey, mirando a ambos.
-Enhorabuena, majestad-la grave voz de Azhian se hizo patente, a la par que su presa entorno a la elfa crecía en intensidad y fiereza-Vais a volver a ser abuelo.
El rey sonrió aún más.
-¿Es eso cierto, pollo?-preguntó, entusiasmado, a su hija, que había levantado la cabeza y asentía tiernamente, acurrucada entre los brazos del que una vez había sido su maestro y ahora marido. El rey se levantó para darles a ambos un sentido abrazo-Me alegro muchísimo, hijos míos. Apuesto a que la más contenta con el asunto es Alice. Cuidado con ella, seguramente acabará por emocionarse más de la cuenta y tendrás que recluirla hasta que nazca el bebé-bromeó, besando la frente de Katherine con sumo mimo-Tendrás que cuidarla mucho y dejarla descansar...otros nueve meses.
El joven medio elfo sonrió.
-No podéis dudar de ello, majestad. Lo haré tan cuidadosamente como hasta ahora.
La princesa rió.
-Mientras no saque el carácter de su abuela...
-¡Mamá, papá!-reía Alice, arrastrando a su hermano, que estaba ataviado con el pomposo vestido con el que la niña antes lo había perseguido-¡¿A que está guapo?!

Sweet Dreams, they come to an end...Sweet Dreams they are only lies...
Katherine abrió los ojos. Los grilletes se habían clavado firmemente contra su tosca piel, dejándole unas preciosas señales. Una belleza muy irónica, pensó amargamente la mujer. La música sonaba sin piedad, atravesando su mente, sus deseos, sus anhelos, sus sueños truncados. Los sueños no son más que horribles patrañas del subconsciente.
La delgada y fuerte mano de Azhian le levantó la barbilla, con una suavidad que rivalizaba con la que solía utilizar con ella cuando fingía quererla.
-Y el precio de la desobediencia es...
Dark loneliness that takes my only hopes...Sweet Dreams, they trapped me deep down. Deep down your eyes. Deep down your arms. Sweet Dreams, I can't scape...