viernes, mayo 14

El té de Jaggerclaw

Se sentó en el húmedo césped de aquél extraño páramo helado. Césped en medio de aquél glaciar. ¡Absurdo! Como si su mera presencia en aquél paraje no fuera suficientemente extravagante. Habiéndose alejado demasiado del poblado, Aidik cerró más su chaqueta de pieles. Los dioses se estaban cebando a lo lindo aquella noche, así que, actuando de una forma inusualmente previsora, se había abrigado con sus mejores ropas de caza. Aunque cazar a seres del tamaño de un perro no tenía gran mérito. Taut, la bestia parda que habitaba en el Páramo de Eita, se había escondido muy bien aquél 5 de noviembre. Así que debía conformarse con los pequeños Ignios.
El hombre sintió un escalofrío. Pasos.
- ¿Quién anda ahí? –demandó a su propia mente, sabiendo que era absurdo proclamar aquellas palabras en alto, pues, o asustarían a su misterioso acompañante o propiciarían un más que posible ataque. Aidik se encogió sobre sí mismo y alargó la mano en busca de su arpón. Su lado se hallaba vacío.
Estaba aterrorizado. Aidik buscó frenéticamente su preciada arma, no encontrándola por ninguna parte. Una risa maníaca acompañó a la aparición de una retorcida y saltarina sombra. Esta se inclinó con una flexibilidad que el más portentoso de los bambúes envidiaría. Aidik retrocedió aún más.
- ¡Jaggerclaw! –exclamó, conmocionado, entre el frío y el terror. La sonrisa retorcida de Jaggerclaw se extendió al sentir las notas rebosantes de temor reseguir y subrayar para poner en mayúscula el horrible y asustado ánimo del hombre de la tribu Ourba que se había adentrado en las tierras de Eita sin más protección que un puñado de malolientes pieles y un miserable arpón como arma. Los ojos rojos del hombre al que llamaban espantapájaros nocturno –una especie de hombre del saco- se iluminaron bajo el influjo de aquella inusualmente brillante noche.
- Buenas noches, mi querido amigo –proclamó Jaggerclaw alegremente, como quien no quiere la cosa. Tomó asiento al lado del acongojado hombre, sacó una taza de su manga y se echó un poco de hierba que arrancó en aquél instante del suelo en el interior. Fingió con asombrosa paciencia mezclar lo obtenido con una invisible cuchara y ladeó la cabeza con una macabra mueca sonriente, que perfilaba cada uno de los dientes con reluciente perfección.
- ¿Qué trae a un joven de tu… -meditó unos instantes, inseguro de la palabra que se hallaba buscando para definir a Aidik con acierto. Finalmente cuando la encontró, la acompañó de una disonante risita -…envergadura por las tierras del gran Taut?
Jaggerclaw se hallaba hablando solo. Aidik había huido en cuanto había cerrado los ojos, en medio de su inquisición mental acerca de la palabra adecuada para definir al hombre. Jaggerclaw encontró una nueva y mucho más apropiada.
- ¡Gilipollas…!
- ¿Nada tampoco esta vez, Iirion? –inquirió la vocecilla de un diminuto ser que se colocó en el hombro de Jaggerclaw. El aludido sacudió la cabeza, se encogió de hombros y estalló en carcajadas.
- No te preocupes, Ny –logró articular, entre risita y respiración –Encontraremos tarde o temprano un juguetito divertido con el que jugar los dos. La próxima vez escojo yo.
- No es justo –le reprochó Ny, pataleando sobre el hombro de Jaggerclaw hasta que este lo agarró con ambas manos, sosteniéndole en alto.
- Siéntate y tómate tu té.
- Sí, señorito.