viernes, marzo 12

1. ¡Quiero mi niñez! (3)

Evan le devolvió la sonrisa, era obvio que pensaba igual que la princesa. Virgile no volvió a levantar la cabeza hasta que un golpe seco le obligó a ello. Una camarera depositó las tres garras y se fue, dejando al pobre Evan con una mano en el aire. La espuma rebosaba por los bordes, empapando ligeramente la mesa. Evan levantó una y probó su contenido. La espuma que quedó en su labio superior se curvó hacía arriba. La cerveza estaba buena. Dando por sentado que el juicio de su hermano para las bebidas alcohólicas era decente, Virgile se acercó la suya si levantarla. Antes de llevársela a los labios, la princesa jugueteó con la espuma que rebosaba por los bordes.
-¿Qué te pasa?-una sonrisa afloraba en su cara y sus ojos brillaban por el calor de la bebida.
Katherine tardó varios segundos en contestar. Finalmente echó mano de la jarra para evitar la respuesta. Engullendo con la cerveza, sus pensamientos lúgubres. Si no volvía a salir...Un mal más. Y no era hora para eso.
-Pensaba en lo bien que te sienta el corte de pelo-se burló, dando otro trago. Esta vez más largo. Virgile observó atónito como la diminuta nuez de su amiga rebotaba en su cavidad. Convencido de que tanto alcohol no podía ser bueno, y menos para ella. No es que la considerara inferior, es que sabía perfectamente que su capacidad de tolerancia era igual a la de una piedra.
-Kath...-empezó, inseguro- Deberías dejarlo ya...
Esta hizo una muesca en la mesa al depositar la jarra con fuerza.
-¿Quién te has creído que eres?-barboteó. Era evidente que el sonrojo que confundía sus mejillas era una mala señal. Inmediatamente, se desplomó sobre la mesa.
Virgile dio un respingo, y se abalanzó sobre ella. Increíblemente, dormía como un tronco. Ni siquiera el golpe contra la dura madera había podido despertarla.
-Y eso solo con media jarra...-Evan silbó, aparentemente contento.
Era evidente que seguía el camino de Katherine. Virgile suspiró. ¿Cómo se suponía que volvería a casa? ¿Y cómo entraría a la princesa en palacio si iba desmayada? Notó como se le revolvía el estomago. Aquello no podía acabar bien, ¿pero acaso podía empeorar?
En aquel momento el flujo de gente que se encontraba en el bar comenzó a aumentar. Pronto los echarían, seguro. Con uno medio borracho y la otra dormida, era cuestión de tiempo que el tabernero les cobrará. Mientras cavilaba en todo lo presente, unas voces llegaron hasta él. A pesar del ruido.
-¿Cómo que no hay mesas disponibles?-chilló un elfo. Era de constitución mediana, pero a pesar de eso su voz resonó.
El tabernero no perdió los nervios.
-Lo siento, señor. Pero en este momento no hay mesas disponibles...
-¿Alojas a infectos humanos en tu local, tabernero? ¡Nos vamos!
El ceño mareado de Evan se frunció.
-¿Acaso os creéis más importantes que nosotros, vestigios genéticos?
El aire se enturbió en un instante. Como setas, aparecieron una docena de elfos. Virgile parpadeó, asombrado. Esto no puede estar pasando, se repitió con la voz ahogada.
En aquel momento Evan cayó de su silla, provocando un sonoro estruendo. Katherine se revolvió, entre gimoteos pero no se inmutó. El joven que aún quedaba de pie y sobrio observó como los elfos se iban acercando, sin prisas. Y entendió el por qué. Era evidente que no podrían huir, los acorralarían para matarlos. A todos...Inconscientemente miró de reojo donde la princesa permanecía acurrucada entre sus brazos. No podía permitirlo. Miró en derredor hacía todos lados, intentando descubrir algo con que plantarles cara. Era una locura, pero agarró un cuchillo de mesa. Su acto se vio ridicularizado cuando, a su vez, sus enemigos desenvainaron sus espadas. Morirían como ratas, pero no todos. Abrió la mano, dejando que el cuchillo cayese al suelo.
-Es la princesa Katherine, la hija del rey Thyrone. Si la tocáis, moriréis.
Un silencio se prolongó entre ellos.

No podía creerlo, había funcionado. Los elfos parecieron dudar ante su afirmación. Finalmente, uno de ellos sonrió.
-Lo que pasa fuera de palacio, se queda fuera de palacio-murmuró.
Virgile palideció. Era evidente que habían perdido la cabeza, aunque eso ahora poco importaba. La perderían tarde o temprano, aunque irremediablemente, ellos perecerían antes. Contempló como los elfos formaban un corro a su alrededor, dejando que uno de ellos se adelantara. Comprendió entonces que el sería el primero en morir, pues no había diversión en acabar con personas inconcientes. Aunque tampoco se molestaron en darle una espada para defenderse, no les importaba el honor. Pero a él sí. Agarró una silla y la estampó violentamente contra su rival, dejándolo momentáneamente tendido en el suelo, aturdido. Pero no habría honor que defender si moría. Agarró la espada y la clavó en el brazo de su oponente.
-Marchaos-bramó. Su ataque les había hecho entender a sus rivales que no era un borracho a quien se le podía arrebatar la vida tan fácilmente. Era un contrincante, y digno. El herido gimió de dolor cuando este retorció la espada, que aún seguía incrustada en su brazo.
Y entonces, la muchacha elfa lo olió. El embriagador aroma de la sangre, el dolor y el sufrimiento que se vivía en el campo de batalla, en las lizas cuerpo a cuerpo. En un mundo libre. Se removió lentamente de su incómoda posición, y su velada mirada se clavó en la escena. Y sabía que no la olvidaría nunca. El líquido carmesí que caía desde la piel del elfo parecía llamarla. Llamarla para tomar la espada, blandir la hermosa arma. Y destruir. Matar. Asesinar. Vencer.
Todo eso le cruzó la mente en escasos cinco segundos, los justos para recuperar el sentido y recapacitar.
-¿Qué rayos ha pasado?


Fin capitulo 1