jueves, noviembre 18

Lealtades

Se incorporó, con una mueca que pretendía ser sonrisa, cuando vio entrar a su juguete favorito por la puerta de la habitación. Dejó con sumo cuidado el libro sobre la mesa, consiguiendo con tan delicado gesto que el contenedor de sabiduría que era el antiguo libro no emitiera sonido alguno. Apagó la luz del escritorio y finalmente posó con parsimonia sus ambarinos ojos sobre los verdes de Katherine. Arqueó una ceja y se apoyó ligeramente en el hermoso escritorio de madera de ébano, esperando a que los carnosos labios de ella dejaran escapar el sonido de su voz, para informarle del éxito de su misión.

Pero la elfa titubeó, se mordió el labio inferior con un gesto nervioso, acompañando tan trémulo instinto con la ruptura del contacto visual. Cosa que en principio no sorprendió a Azhian, que se limitó a sonreír maliciosamente, suponiendo que, para no variar, la mujer se sentía cohibida bajo su escrutinio diario. No acababa de entender el porqué, puesto que una vez superada la fase de la desnudez, no debería sentir vergüenza alguna. Respeto, sí. Obediencia también. Pero no vergüenza.
Aunque eso no significaba que no lo divertía. Lo hacía, y además en más de un sentido.

En vista de que ella no respondía, lanzó la pregunta al aire.

-¿Y bien? ¿Qué tal ha ido hoy?- espetó sin más, ansioso de ver la pícara sonrisa perfilar los oscuros labios de su alumna -¿Cual es el estado de nuestro querido rey Thyrone, pequeña?

Azhian no pudo retener la exclamación de sorpresa al ver cómo Katherine levantaba la cabeza, asustada, sus ojos anegados en lágrimas que ella persistía en retener.

-No he podido hacerlo- musitó ella, intentando contener los sollozos. Llevaba tanto tiempo sin llorar que le ardía el pecho, le escocían los ojos y le costaba respirar -Juro que lo he intentado, ¡pero no puedo hacerlo! ¡Nunca podré hacerle semejante atrocidad a la única persona a la que quiero más que a nada en el mundo! ¡Es mi padre, maldita sea! -se llevó las manos al pecho, agarrándose a este, peleando por soportar la furiosa mirada de su amado mentor y a la vez lidiando con el ardor de sus pulmones, que a su vez libraban una ardua batalla con el oxigeno de la sala, que parecía haberse desvanecido por completo ante la airada inspiración del semielfo.

Este, a su vez,apretó los puños, para evitar el temblor que los sacudía, e incluso se llevó su mañosa mano izquierda hacia los labios, para reprimir el espasmo, mordiendo por unos instantes los nudillos. Su otra mano palpó ciegamente a su espalda, buscando algo que agarrar para reprimir la furia. El frío del metal logró que la mano se cerrara sobre la empuñadura de un portentoso abrecartas. Azhian ni siquiera la miró. Debía ser consecuente con sus propias leyes y acabar con el origen del mal de raíz.

Katherine abrió los ojos, aterrorizada. Ver a Azhian juguetear con aquél abrecartas tomaba demasiadas formas en su asustada mente. Sabía lo que le iba a ocurrir.

-No, por favor...-rogó la mujer, secando las lágrimas con el dorso de la mano, buscando el pomo de la puerta a tientas, puesto que no quería darle la espalda. No podía permitirse el lujo de perderlo de vista. El abrecartas se balanceaba peligrosamente en los finos dedos de Azhian.

-Estoy muy, muy decepcionado, pequeña- susurró el semielfo, apartándose el flequillo de los ojos, divisando a la perfección su objetivo. Alzó el arma.

Ella ni tan solo gritó.
Solo exhaló un profundo y dolorido gemido, llevándose de nuevo las manos al ahora ensangrentado pecho, intentando desesperadamente cubrirse el enorme y sangrante corte, que abarcaba desde su clavícula derecha hasta rozar ligeramente la superficie del seno izquierdo. Tubo que morderse el labio -hasta el punto de magullarse y hacerse sangre- para resistir las ganas de gritar. Amargamente, Katherine se permitió el lujo de pensar que el haberse apartado había sido una mala idea al fin y al cabo. Quiso creer que se había detenido en su agresión porque en realidad la amaba, o eso le había escuchado pronunciar una vez.

La gélida mirada que Azhian le dedicó la sacó del engaño que ella misma se había entestado en creer. No había amor ni nada parecido brillando en los dolorosamente hermosos ojos del semielfo.

-Desaparece de mi vista. Ya pensaré cual será tu castigo. De momento, quedas relevada de tu trabajo, y esperarás nuevas ordenes -se agachó y limpió la sangre del abrecartas rozando el acero de este sobre las mejillas bañadas en saladas lagrimas de la mujer -Gray, sé que estáis detrás de la puerta, como buenos perros falderos de esta zorra artera y tramposa. Lleváosla inmediatamente de mi vista.

-Azhian...Escúchame por favor... Puedo- comenzó Katherine, sabiendo que su intento sería inútil. Agachó la cabeza, retorciéndose interiormente de dolor.

A la seca orden del amo y señor de aquél lugar, Myron y su primo mayor, Matthew, entraron en la habitación. Un grito horrorizado murió al instante en la garganta del pequeño Myron, que ayudó a su jefa a levantarse del suelo. Katherine se levantó, reinstaurando el porte orgulloso, solo curvándose ante el punzante dolor de la herida. Matthew hizo amago de imitar a su primo e intentó pasar un brazo por la cadera de la mujer. Pero una rápida mirada de advertencia de su primo menor bastó para que se conformara con cerrar las puertas de la habitación tras de sí.

Dedicándole una envenenada mirada a su señor. Este lo ignoró.
-Pobre diablo- pensó Azhian, sentándose de nuevo en su butaca y retomando el libro en el punto que lo había dejado.