viernes, marzo 19

Extra Tale: Sueños rotos

La estocada iba directa al pecho del hombre. De eso estaba más que segura. El hombre había gritado, y hasta que no abrió los ojos, no quiso saborear su victoria. Una victoria que no llegó.
La mujer que se alzaba frente a ella, su voluptuoso cuerpo ensartado por la hermosa espada que blandía, sonrió turbiamente. Ni tan solo le dio tiempo a llorar. Alargó los brazos débilmente, y cayó de rodillas al suelo, con la mirada perdida en la nada.
-Mamá…- musitó la mujer. De sus hermosos ojos brotaba la sangre que abandonaba su ser. La torcida sonrisa desapareció, y la mujer se desplomó sin más. La muchacha vio horrorizada la escena. Sus dos enemigos corrieron en pos de la mujer caída, No podía decir quién era el más compungido de los dos. Uno se arrodilló y sacó cuidadosamente el arma del cuerpo de la mujer. Esta le sonrió débilmente. Parecía que el chico le quiso decir algo, pero tartamudeaba fuertemente, temblando y abrazando a la mujer con todas sus fuerzas.
-Ha sido…mi elección-murmuró la mujer, besando débilmente la mejilla del chico. El hombre le agarraba la cabeza, murmurándole una y otra vez que le prohibía terminantemente morirse de una manera tan cutre. La muchacha se miró las manos, horrorizada. ¿Qué diablos había hecho?
La mujer seguía sonriente, sus lágrimas carmesíes manchando la ropa del muchacho y las manos del hombre. Un tercer individuo se acercó, tambaleante. Apartó a la muchacha de un furioso empujón, al cual ella no se resistió. Prácticamente arrancó a la mujer de los brazos de los otros dos, y la cargó a su espalda, sin importarle los chorretones de sangre que surgían del pecho y ojos de ella. Gruñendo a todos los presentes, el joven abandonó la sala, con los ojos empapados de lágrimas, dirigiendo una última mirada de odio a todos.
-Si muere…-se despidió amargamente el joven-Os mataré a todos. ¿ME HABEIS OIDO?
-¡TÚ!-gritó el hombre, agarrando a la muchacha del cuello, asfixiándola-¿SABES QUÉ ACABAS DE LOGRAR? ¡TE ACABAS DE CONDENAR A MUERTE!
La muchacha intentó tragar saliva. Creía que su crimen solo le dolería a ella, más que a ninguno de los presentes. Pero la expresión rota y desquiciada de aquél hombre al que tanto temía la sacó de su error. Detrás de él el resto de soldados dejaron de sonreír como ella los recordaba. Y en el medio de todo ese dolor de amigos y enemigos, ella, que estaba llamada a ser una heroína, estaba a punto de ser juzgada como monstruo.
-Ella era el único motivo por el que se respetó tu vida hasta el final. ¿Te crees que eres útil o importante para mí, para nosotros?-señaló a sus hombres, lanzándola a ella tan lejos como su furia y dolor le permitieron-Tu no eres nada para nosotros… Salvo para esa mujer a la que acabas de asesinar. ¡Solo su deseo de mantenerte con vida te ha permitido llegar hasta aquí! ¡Tú, que no sabes nada de lo que es estar solo en el mundo! ¡Tú, que has vivido entre algodones y no has conocido jamás la miseria de la soledad y el miedo! ¿Sabes… la magnitud de tu crimen?
-No… No es cierto…-se agarró el cuello tan suavemente como pudo. Le ardía y estaba por arrancarse la piel a tiras. La imagen ante sus ojos era increíble e inolvidable. Probablemente, pensó la muchacha, amargamente, ese hombre nunca había llorado por nadie, porque su cara se congestionó hasta límites insospechados, y aquél rostro ya de por sí bello, alcanzó un grado de atractivo desmesurado, con los torrentes de lágrimas enmarcando su tez y su triste mueca.
-Yo sé lo que es la soledad. Una mocosa como tú jamás podrá entender el dolor de seres como nosotros.
-¿Tenéis sentimientos?-se burló amargamente la muchacha, que también lloraba.
-Ahora ya no-repuso el otro muchacho, apartando a su compañero suavemente. Su fluidez de movimientos estaba claramente mermada por el shock, pero se las apañó para llegar hasta ella. Más sus piernas se negaron a obedecerle más y se dejó caer. La muchacha lo agarró.
-Yo no te guardaré rencor-masculló el muchacho. Ella sonrió débilmente, pero antes de que pudiera responderle, el hombre apartó al muchacho y alzó sus armas en contra de su enemiga. Esta rezó a los dioses una ayuda, una señal. Lo que fuera. Tubo que apañárselas con esquivar los furiosos ataques del hombre, que cegado por sus abrumantes sentimientos, atacaba sin ton ni son, para la sorpresa de sus compañeros.
-¡Céntrate!-gritó uno de ellos.
-¡Vuelve en ti! ¡Déjalo correr! ¡Se…Se acabó!-intervino el muchacho, agarrándole de la espalda, logrando que la muchacha se alejara lo más posible.
-¿Cómo te atreves…A PEDIRME ESO?-el hombre se sacudió de encima al muchacho- ¡Es culpa suya! ¡Está muerta por…!
-NO TE ATREVAS A CAVAR SU TUMBA AÚN-le contestó el muchacho- Y en todo caso, si muriera, ¡sería por tu culpa!
-¿Mi culpa?-se indignó el otro. El muchacho le agarró del cuello de la camisa y le golpeó de forma repetida con los puños.
-Tu entera y absoluta culpa-repuso-Lo ha hecho por salvarte.
-Imposible. ¡No es tan estúpida!
-A mi desagrado, sí que lo es.
-No le importo, nunca le he importado.
-Maldito…-el muchacho le asestó tal puñetazo que incluso él se hizo astillas los nudillos-Tú, maldito hipócrita asqueroso, has sido lo único por lo que ha querido respirar. Ni por mi, ni por ella, ni por nadie. ¡Solo por un cerdo egoísta como tú!
La muchacha, mientras, había logrado recostarse contra una columna y había recobrado la verticalidad. La sangre que caía silenciosa por su frente le nublaba la vista ligeramente, pero ahora no podía fallar el blanco. Más sus piernas se negaron a obedecer.
Entonces hizo de nuevo aparición el joven. Su cara tenía una mezcla extraña. Reía y lloraba a su vez, y no le sentaba nada bien la expresión, que afeaba su rostro, antes hermoso y frío. Sus manos temblaban a su lado, y los dos hombres dejaron de discutir y de prestarle atención a la fugitiva.
- Parece que se recupera-musitó, entre risas-Mi pequeña está bien, se ríe, ya no sangra, tiene los ojos cerrados para descansar mejor, dentro de un rato se levantará y nos regañará a todos por hablar tan alto…-antes de que terminara de hablar, parecía que los ensombrecidos rostros se volvían a iluminar, y algunos coreaban con risas y abrazos la noticia. Más la muchacha sospechó de tal afirmación. El brillo de la locura traslucía en los ojos del joven.
-Es todo mentira, ¿verdad?-se arriesgó a aventurar la muchacha. Su interpelado cayó al suelo y rompió a llorar finalmente.
-Ha muerto.-afirmó, sin un resquicio de emoción el hombre, que se puso al nivel de su amigo, mientras con un gesto indicaba a sus soldados que se lo llevaran. Estos le obedecieron, mientras el joven seguía llorando y riendo.
-Se acabó, mocosa-gruñó el muchacho.
-¡Di-dijiste que sin rencor!-se reveló ella, bloqueando con la espada asesina el ataque del muchacho.
-Mentí. Mentí. ¡MENTÍ!
Las grandes puertas se cerraron con los últimos soldados. Aquella noche, iba a correr mucha sangre.

viernes, marzo 12

1. ¡Quiero mi niñez! (3)

Evan le devolvió la sonrisa, era obvio que pensaba igual que la princesa. Virgile no volvió a levantar la cabeza hasta que un golpe seco le obligó a ello. Una camarera depositó las tres garras y se fue, dejando al pobre Evan con una mano en el aire. La espuma rebosaba por los bordes, empapando ligeramente la mesa. Evan levantó una y probó su contenido. La espuma que quedó en su labio superior se curvó hacía arriba. La cerveza estaba buena. Dando por sentado que el juicio de su hermano para las bebidas alcohólicas era decente, Virgile se acercó la suya si levantarla. Antes de llevársela a los labios, la princesa jugueteó con la espuma que rebosaba por los bordes.
-¿Qué te pasa?-una sonrisa afloraba en su cara y sus ojos brillaban por el calor de la bebida.
Katherine tardó varios segundos en contestar. Finalmente echó mano de la jarra para evitar la respuesta. Engullendo con la cerveza, sus pensamientos lúgubres. Si no volvía a salir...Un mal más. Y no era hora para eso.
-Pensaba en lo bien que te sienta el corte de pelo-se burló, dando otro trago. Esta vez más largo. Virgile observó atónito como la diminuta nuez de su amiga rebotaba en su cavidad. Convencido de que tanto alcohol no podía ser bueno, y menos para ella. No es que la considerara inferior, es que sabía perfectamente que su capacidad de tolerancia era igual a la de una piedra.
-Kath...-empezó, inseguro- Deberías dejarlo ya...
Esta hizo una muesca en la mesa al depositar la jarra con fuerza.
-¿Quién te has creído que eres?-barboteó. Era evidente que el sonrojo que confundía sus mejillas era una mala señal. Inmediatamente, se desplomó sobre la mesa.
Virgile dio un respingo, y se abalanzó sobre ella. Increíblemente, dormía como un tronco. Ni siquiera el golpe contra la dura madera había podido despertarla.
-Y eso solo con media jarra...-Evan silbó, aparentemente contento.
Era evidente que seguía el camino de Katherine. Virgile suspiró. ¿Cómo se suponía que volvería a casa? ¿Y cómo entraría a la princesa en palacio si iba desmayada? Notó como se le revolvía el estomago. Aquello no podía acabar bien, ¿pero acaso podía empeorar?
En aquel momento el flujo de gente que se encontraba en el bar comenzó a aumentar. Pronto los echarían, seguro. Con uno medio borracho y la otra dormida, era cuestión de tiempo que el tabernero les cobrará. Mientras cavilaba en todo lo presente, unas voces llegaron hasta él. A pesar del ruido.
-¿Cómo que no hay mesas disponibles?-chilló un elfo. Era de constitución mediana, pero a pesar de eso su voz resonó.
El tabernero no perdió los nervios.
-Lo siento, señor. Pero en este momento no hay mesas disponibles...
-¿Alojas a infectos humanos en tu local, tabernero? ¡Nos vamos!
El ceño mareado de Evan se frunció.
-¿Acaso os creéis más importantes que nosotros, vestigios genéticos?
El aire se enturbió en un instante. Como setas, aparecieron una docena de elfos. Virgile parpadeó, asombrado. Esto no puede estar pasando, se repitió con la voz ahogada.
En aquel momento Evan cayó de su silla, provocando un sonoro estruendo. Katherine se revolvió, entre gimoteos pero no se inmutó. El joven que aún quedaba de pie y sobrio observó como los elfos se iban acercando, sin prisas. Y entendió el por qué. Era evidente que no podrían huir, los acorralarían para matarlos. A todos...Inconscientemente miró de reojo donde la princesa permanecía acurrucada entre sus brazos. No podía permitirlo. Miró en derredor hacía todos lados, intentando descubrir algo con que plantarles cara. Era una locura, pero agarró un cuchillo de mesa. Su acto se vio ridicularizado cuando, a su vez, sus enemigos desenvainaron sus espadas. Morirían como ratas, pero no todos. Abrió la mano, dejando que el cuchillo cayese al suelo.
-Es la princesa Katherine, la hija del rey Thyrone. Si la tocáis, moriréis.
Un silencio se prolongó entre ellos.

No podía creerlo, había funcionado. Los elfos parecieron dudar ante su afirmación. Finalmente, uno de ellos sonrió.
-Lo que pasa fuera de palacio, se queda fuera de palacio-murmuró.
Virgile palideció. Era evidente que habían perdido la cabeza, aunque eso ahora poco importaba. La perderían tarde o temprano, aunque irremediablemente, ellos perecerían antes. Contempló como los elfos formaban un corro a su alrededor, dejando que uno de ellos se adelantara. Comprendió entonces que el sería el primero en morir, pues no había diversión en acabar con personas inconcientes. Aunque tampoco se molestaron en darle una espada para defenderse, no les importaba el honor. Pero a él sí. Agarró una silla y la estampó violentamente contra su rival, dejándolo momentáneamente tendido en el suelo, aturdido. Pero no habría honor que defender si moría. Agarró la espada y la clavó en el brazo de su oponente.
-Marchaos-bramó. Su ataque les había hecho entender a sus rivales que no era un borracho a quien se le podía arrebatar la vida tan fácilmente. Era un contrincante, y digno. El herido gimió de dolor cuando este retorció la espada, que aún seguía incrustada en su brazo.
Y entonces, la muchacha elfa lo olió. El embriagador aroma de la sangre, el dolor y el sufrimiento que se vivía en el campo de batalla, en las lizas cuerpo a cuerpo. En un mundo libre. Se removió lentamente de su incómoda posición, y su velada mirada se clavó en la escena. Y sabía que no la olvidaría nunca. El líquido carmesí que caía desde la piel del elfo parecía llamarla. Llamarla para tomar la espada, blandir la hermosa arma. Y destruir. Matar. Asesinar. Vencer.
Todo eso le cruzó la mente en escasos cinco segundos, los justos para recuperar el sentido y recapacitar.
-¿Qué rayos ha pasado?


Fin capitulo 1

martes, marzo 9

1. ¡Quiero mi niñez! (2)

Cuando Evan había dicho que el bar estaba en el centro del bullicio, no habría podido usar mejor palabra. Era viernes. Normalmente había gentío, pues Rhea era la capital más importante de Tala, pero los viernes pertenecían a otro mundo. Viajeros, mercantes, pilluelos y mercenarios se reunían los viernes en Rhea para tratar sus asuntos. La gente huele el dinero, y habría que estar pero que muy congestionado como para no darse cuenta de que era un día de oro. Independientemente de como ganaras el dinero. Apenas pudieron mantenerse en grupo unos minutos, y al final acabaron dispersados. Para asombro de Katherine, Evan había tenido la increíble idea de dar instrucciones antes de adentrarse en aquel mar de piel. Al principio lo había tomado a broma, incluso un poco exagerado. Pero en aquellos momentos, cuando la tarea de respirar se le hacía un verdadero problema a causa del gentío y del aire viciado, reconoció el merito del joven ante su iniciativa. Cuando pensaba que no aguantaría ni un minuto más de pie, Evan detuvo el paso y señaló un cartel que se tambaleaba con el viento. Katherine no alcanzó a ver las letras, pero eso poco le importaba. Necesitaba desesperadamente aire, y espacio. Mucho espacio. Sintió un tremendo alivio cuando este le soltó la mano, una vez se hubieron introducido en el local. La princesa parpadeo un par de veces, pues sus ojos habían estado demasiado en contacto con las especies del mercado, entre ellas el opio. Y empezaba a sentirse mareada. Como todo un caballero, Evan llamó la atención al posadero, que los llevó rápidamente a unas mesas del fondo. Evan indicó que necesitarían más sillas, e inmediatamente el fornido tabernero desapareció entre sus clientes. Katherine dejó escapar un sonoro aullido de placer cuando su espalda tocó madera, sintiéndose los riñones a punto de reventar.
-Para ser un niñato hormonado eres todo un caballero con las mujeres, Evan-bromeó la princesa, una vez hubo recuperado el humor. Este le devolvió la sonrisa, abriendo la boca para coger aire y contradecir aquellas acusaciones tan feas, sin embargo un chillido provinente del pecho de su acompañante lo frenó.
-¡DIOS MIO! ¿Donde esta Virgile?-gritó, mirándose atónita la mano donde se suponía debería estar la de su amigo.
Evan rompió a reír.
-Tranquila-canturreó entre risas-Seguramente estará en compañía de alguna señorita…
Katherine le propinó una patada en al espinilla, provocando que este aullara de dolor. Una mueca de satisfacción le tiñó el rostro.
-Seguramente-aseveró la mujer-Y seguro que en estos momentos…
Antes de que este pudiera recuperar el habla, la puerta volvió a abrirse, dejando entrar a través de ella el ruido del exterior. Una vez cerrada, la figura de Virgile se perfiló contra esta a la luz de las bombillas.

La agitada respiración del joven rápidamente quedó eclipsada por el ambiente festivo que se cernió sobre él cuando cerró la puerta, dejando así, que los sonidos exteriores fueran reemplazados por los del interior de la taberna.
Katherine observó con aire divertido como este parpadeó un par de veces, intentando vislumbrar algo al cambio tan brusco de luz. La noche había empezado a caer en el exterior, pero había generadores de luz para que tal evento no sumiera a la ciudad en un agujero. Sin embargo, la luz de local era mucho más suave. Más intima, a pesar de que se notaba en el ambiente que era un lugar de reunión entre amigos. Un sitio tranquilo para pasar la tarde, así pensó Katherine mientras contemplaba como Virgile había dado con ellos y se disponía a pasar.
Aunque eso no sería una tarea fácil, pues habían demasiadas camareras y huéspedes de pie. Mientras Virgile pasaba entre la gente a trompicones, su hermano Evan disfrutaba del bullicio. La princesa frunció el ceño cuando observó que este dejaba reposar el brazo cerca de la mesa. Ese hecho no la habría echo sospechar nada, sino fuera porque las pobres camareras necesitaban arrimarse a las mesas para pasar a través de los clientes. Justo en ese momento, oyó una disculpa con voz conocida detrás de ella, seguramente dirigida a una camarera.
Las pecas se le arremolinaron a los lados por culpa de una sonrisa.
-Evan, usa esa mano para algo más que torturar a las camareras-bromeó Katherine- Y pide tres jarras de cerveza.
El interpelado la miró con aire distraído, pero al alzar la cabeza pudo contemplar a su hermano, y sonrió eufórico.
-¡Pero hombre!-sonrió pícaramente, y usando la mano libre le lanzó un besito- ¡si ya pensaba que te habrías fugado con esa rubita que te tiene el ojo echado!
Virgile abrió la boca de par en par, sin molestarse en disimular el sonrojo que se había apoderado hasta de las pestañas. Por no decir que un escalofrío mortal le había atravesado la columna al recibir tal muestra de amor por parte de su hermano. Si se había planteado hacerle explotar de vergüenza, había ganado con creces. Sintió como las fuerzas le fallaban, y se derrumbó justo al lado de la princesa, quien le palmeó la espalda fraternalmente.
-Eres un monstruo-le regañó, pero la sonrisa que le tenia prendado el rostro la delataba. Estaba disfrutando con aquello, o al menos en la mayor parte. Virgile era su amigo, aunque tenia que reconocer que hacerle enfadar no tenía precio.

1. ¡Quiero mi niñez!

La princesa elfa se sentó y se cruzó de brazos.
-¡Quiero salir!-ordenó, vehementemente. Pero su hermano negó con la cabeza.
-No puede ser, y lo sabes. Tu madre no lo admitiría jamás. Y te dejaría otro precioso moratón en las piernas-sonrió con malicia al ver enrojecer las puntiagudas orejas de su hermana menor. No sabía porqué, pero la odiaba. Con toda su alma. Y se sentía satisfecho, aunque solo fuera en esos instantes, de no ser el príncipe heredero. Porque, si no, él también estaría encerrado. No era justo, y el príncipe Zéphir lo sabía. Aún así, ignoró a su hermana menor y desapareció por donde había entrado.
-¡Muy bien! No me ayudes, so borde-murmuró Katherine, con los labios fruncidos por la rabia. Miró una vez más el tentador patio trasero, que la invitaba a la libertad, y luego contempló el suntuoso cuarto en el que la mantenían encerrada día sí y día también. Tenía que salir de ahí. Fuera como fuera. Sus ojos claros se desviaron hacía la ventana, de donde procedían las alegres voces. No podía haber peor tortura, y si la había, no sabía imaginársela. De repente, las lagrimas que no había derramado en meses por las constantes palizas de su madre, afloraron en sus mejillas. No eran lágrimas por pena, eran lágrimas de rabia e impotencia. Impotencia al verse reducida a nada, encarcelada por los caprichos de una odiosa mujer. En ese instante, decidió que había llegado la hora de ser libre. Y aquél era el momento.

Hacía más de tres meses que el joven Virgile Eideghstone no veía a su mejor amiga. La última vez, recordó, amargamente, fue cuando esta estaba recibiendo una soberana bronca por parte de su madre, la reina Emmelin, con la consecuente aplicación de una buena azotaina para corregir la insolencia de la chica. Aunque azotaina no era la palabra correcta para definir aquellos actos de crueldad gratuita para con su única hija y heredera. Aquello era una auténtica paliza, y alguna vez la joven princesa no había podido atender a sus quehaceres reales por culpa del insistente dolor. Era en esos momentos cuando el joven humano se daba cuenta de lo mucho que adoraba a aquella chiquilla elfa. Cavilaba todo esto cuando un grito y unas risas lo interrumpieron.
-¡Virgile!-gritó su hermano gemelo, Evan, mientras este recibía un abrazo de un muchacho vestido con ropajes ajados-¡Ven, aprisa!
El muchacho ni siquiera se molestó en volverse hacía su hermano. Un sobrecogimiento le oprimía el pecho, pues sus pensamientos aún revoloteaban alrededor de su amiga, y unas pocas lágrimas le nublaban la vista. Se dispuso a salir corriendo cuando otra figura apareció en su campo de visión. Era otro muchacho, prácticamente de la altura de Evan. Pero había algo en él que le resultó familiar, y al fijarse con más ahínco, descubrió una mata de pelo dorado que refulgía bajo el sol. En aquel momento la opresión de su pecho desapareció. Secándose las lagrimas con el dorso de la mano, corrió hacía sus amigos. Y en especial, hacia el que le sonreía con una mueca picara en los labios.
-Lo conseguí, soy un genio- canturreó la elfa, levantando el gorro de su criado y amigo, Wolf, para que su amigo le pudiera ver bien la cara. Y si no fuera por la voz, el joven humano no la habría conocido. En tres meses, la princesa había llegado a la fatídica fase de la vida élfica en la que sus cuerpos cambiaban. Si tiempo atrás parecía que la princesa tuviera solo diez añitos, los noventa días aislamiento le habían bastado para cambiar radicalmente a una apariencia mucho más adulta, rondando los dieciocho años de Virgile y Evan.
-Oh, un monstruo con pecas-se burló amistosamente Virgile-Quién iba a decir que el cambio haya sido tan...-calló un minuto, puesto a reordenar sus pensamientos y soltar algún comentario ingenioso, como le gustaba a ella. Esta lo miró, interrogante.
-Tan...-prosiguió él, intentando por todos los medios que no se diese cuenta de su déficit de vocabulario. Demasiado tarde.
La princesa, harta de meses de esclavitud dio media vuelta, preparada para disfrutar de una tarde soleada con sus amigos. La mandíbula inferior del muchacho se desencajó de su sitio al ver como la elfa daba media vuelta. Todo lo contrario que sus amigos, que observaron entre carcajadas la escena. Entre el tumulto de risas, una voz resonó más que las demás.
-¡PRECIOSA!-gritó el joven Virgile. A los pocos segundos, deseó que la tierra se lo tragase. Enrojecido como un tomate, intentó buscar refugio en su hermano, pero este estaba prácticamente en el suelo, retorciéndose por una risa que parecía mortal. Pero escasos momentos después, las risotadas de los demás muchachos se hicieron una. La princesa sin embargo, se lo tomó con mucha mas calma. Giró sobre sus talones y avanzó hacía el sonrojado Virgile, que hacía imposibles por encontrar un agujero lo suficientemente grande como para meterse y quedarse a vivir de por vida. Sin pensarlo dos veces, Katherine se inclinó sobre la mejilla de su buen amado amigo y depositó en ella un dulce beso. Las carcajadas se interrumpieron, envolviendo el momento de un halo mágico. Suspendiendo aquellos pocos segundos como algo sagrado. Virgile notó con desesperación como los suaves labios de la princesa, finalmente, desaparecían de de su mejilla. El momento mágico había acabado. Ella, con aquel aire tan despreocupado que la caracterizaba cuando estaba de buen humor, se giró de nuevo y actuó como tal cosa.
-Y bien, ¿es que pensáis quedaros ahí parados todo el día?-murmuró la joven princesa haciendo un mohín con los labios.
Nadie habló, aún quedaba en el aire vestigios del olor a vainilla que había dejado esta al pasar ante ellos. Realmente era hechizante. Aunque siempre hay una excepción, y Evan no dudó en romper el hielo a cabezazos.
-Teníamos pensado bajar al pueblo. Hay una posada estupenda, un tanto retirada, pero en el centro del bullicio-una pícara mueca en el rostro del joven, hizo mal pensar a la princesa- Teníamos pensado ir solo los hombres, ya sabes. Tíos duros. Pero por ti, haríamos una excepción.
En aquel momento, Katherine se imaginó degollando a Evan, de la forma más cruel posible. Era evidente que la madurez intentaba hacer mella en el, pero no lo había conseguido aún. Y por el bien de su cuello, esperaba que lo hiciese pronto. Sin embargo, el hecho de que fuese libre durante unas horas y la simpatía que sentía por el joven, hicieron que desechara aquellos pensamientos de inmediato.
-Está bien, tío duro-continuó, con aire distraído. Agarrándose de su brazo- Guíame.
Al ponerse en marcha, Katherine estiró un brazo hacía Virgile, que se había quedado rezagado. Este sonrió, y a Katherine le pareció que a penas se le veían los ojos. Devolviéndole la sonrisa, notó con agrado como él entrelazaba cariñosamente sus dedos entorno a los de ella. Un día le pondría remedio al problema.

viernes, marzo 5

William.Vouyerism

-¡La puta madre del cordero!-la ronca voz de William se alzó por encima de la conversación que mantenía con sus dos compañeros de fatigas. Un sonoro silbido que había salido de los finos labios del elfo alertó a los cinco presentes de que William había visto algo que le gustaba. Y mucho, a juzgar por el ánimo con el que se expresaba.
-¿Qué ocurre William?-murmuró Zéphir, sin dignarse a mirar a lo que fuera que aquél extraño elfo se hallara observando.
-Tio, ¿has visto el trasero de la rubia delgaducha?-dijo el aludido, señalando a Aretha. Zéphir se sintió enrojecer hasta la punta de las orejas, y a Matthew se le escapó una leve sonrisa.
-Hay poca carne-añadió Matthew, burlándose de la avergonzada expresión del medio elfo.
-Tienes razón, Matt. Me gusta más ese otro de ahí...¡Eh, nena! ¿¡Qué tal si pegas esa preciosidad a mi cuerpo y nos vamos a dar una vueltecita al ...!?
-Cierra el pico, ¡desgraciado!-rugió el principe, irado. Agarró a su amigo de la camiseta de tirantes y lo miró fríamente-Vuelve a mirar a mi hermana así y te arranco la piel a tiras. ¿Ha quedado claro?
William sonrió, apartando la mano de Zéphir de sí. Echó una última mirada a ambas mujeres, que se alejaban entre discusiones por el pasillo que las conduciría a unos aposentos más hospitalarios...Si Aretha era capaz de franquear el muro que ahora se le había impuesto.
-Yo dejaré las manos donde puedas verlas. No puedo asegurar que donde las veas sea en el culo de tu hermanita, Zéphir. No serán las primeras que lo hacen.
-¡Serás hijo de...!
-¡Zéph!-advirtió Matthew, señalando la puerta que se había abierto, perdiéndose la figura de cabellos negros en la negrura del laboratorio-No hay nada que puedas hacer. Deja que se equivoque.
El medio elfo resopló, disgustado. No quería enfadarse con William. Era su amigo al fin y al cabo. Y ella solo la niña que le había arruinado la vida.
-Esta bien. Vámonos.
William se quedó mirando una vez más la puerta, especulando, con asombroso acierto, lo que aquellas probetas y productos químicos podían estar presenciando. Sonrió.
-Tendré que instalar cámaras en ese laboratorio...