miércoles, octubre 6

Insondable

Profundizó en aquél oscuro lugar, no sabiendo exactamente qué respuestas quería obtener. La premura de sus pasos se confundía con las ensordecedoras palpitaciones de la sangre en su sien. Paró entonces en su carrera y se llevó las manos al ceño, rozando dolorosamente con las yemas de sus finos dedos la dolorida cabeza.
Pero tenía que saber la verdad.
Le gustaban sus títeres, pero solo cuando estos bailaban a su son. Cuando era desobedecido, su serenidad se iba al traste, y ¡ay del que hubiera perpetrado semejante herejía!. No se lo podía creer, y menos de aquella niña - a comparación con él, que ya casi había alcanzado los más que respetables 120 años- a la que tanto había intentado modelar a su conveniencia y placer. Se pasó su habilidosa mano izquierda por el larguísimo cabello blanquecino y rizoso, apartando los vigorosos bucles de sus ojos. Aunque, teniendo en cuenta la mala iluminación del pasillo, aquél gesto se le antojó banal. Pero no pensaba achacarlo a que aquellos torpes gestos se debían a su nerviosismo. A su ira. A su confusión. A su tristeza.
Ya le habían advertido, cuando era más joven, que los juguetes acaban por cansarse, y optan por romperse. Sin embargo, no estaba dispuesto a aceptar semejante despropósito.
Y menos de su querida mascota.

La alegre risilla de mujer llegó cual canto de pájaro a los oídos del medio elfo, que se había apostado al fin al lado de la puerta. Su mano se deslizó hacia la construcción de madera, y la rendija de luz le confirmó que el grácil sonido provenía de allí. Mas optó por no entrar. Eso era rebajarse al nivel de un vulgar sicario, y estaba más interesado en la verdad que en las burdas disculpas. Aunque, no sabía porqué, por primera vez, no le habrían molestado los tartamudeos de ella. Hacía mucho que no los oía, así que se podría decir que los echaba de menos. Pero tuvo que recordarse que había sido él mismo quien los había apartado de su lado.
Así que sus pensamientos se cortaron, siendo substituidos por una imperiosa ira. La voz de un hombre salía de la misma habitación.
Asomó ligeramente, asumiendo, de forma dolorosamente acertada, que estaban demasiado ocupados como para darse cuenta de que estaba allí.
Los cabellos negros de Katherine se hallaban empapados de sudor, y estos se dejaban entrelazar entre los curiosos dedos del joven vasallo de Zell, que buscaba las gafas a tientas, puesto que se hallaba absorto contemplando - con una sonrisa que Azhian calificó de estúpida e inapropiada- el cuerpo de la mujer que tenía justo encima suyo. Ella reía, ya que se había percatado de la hambrienta mirada del muchacho humano. Se dio pues la vuelta la elfa, consiguiendo así que Matthew diera un respingo al notar el cambio de posición, ampliando con descaro su mueca alegre al notar el roce de los senos de ella sobre su cuerpo.
-Están aquí, bobo- dijo ella, acercándole las gafas, mientras que con la otra mano reseguía, curiosa, los finos labios masculinos del muchacho.
-Muchas gracias- respondió Matthew, lanzándose a por la oreja picuda de Katherine, mordiéndola juguetonamente, a lo que ella respondió con más risas.
-De nada-aunque al ver que él no se las ponía, arqueó una ceja, interrogante.
-¿Qué tal si...?-sugirió el pelirrojo, con la más traviesa de las muecas, rozando con su nariz la de ella.
-¿Otra vez?- protestó animosamente Katherine, enroscando sus brazos en el cuello del pelirrojo.
Azhian ya había tenido bastante. Era cierto, había perdido a su juguete.
Y esa afrenta no iba a quedar sin castigo.

La última carcajada femenina seguida del animoso jadeo masculino acabaron de sellar la sentencia en la enfurecida mente del líder.
Aunque fuera a las malas, el títere debería volver con su titiritero. Le gustara a ella o no.